Ve por el bulevar de Obispo. Olvidado de todo y de todos,
con un libro de René Char en la mano,
cumple el rito de la ceniza: incluye tu incertidumbre
en el relato de las proezas de los otros.
Una tarde cualquiera, en la Plaza de Armas, empuja una puerta:
el origen dudoso de los mitos, el espacio de fábula
que agradecen la caballería y la flota,
esperan de ti una pregunta,un signo de ironía o plenitud.
Considera cuán legítimo es ese sentimiento, ese vivo deseo
de escapar a la nulidad de los días habituales.
Contempla este lugar: un siglo cubano
mostrado al capricho de los restauradores.
Entra a los barrios de La Habana, antigua y marinera:
junto a los puntos de leche las mulatas anuncian su cuerpo
con la estética voceadora del pregón.
Haz que dure ese instante hallado entre el sueño y la vigilia.
No te obligues en demasía. Descansa una tarde
y ve hasta la sombra acogedora de los nuevos toldos.
Si ya estás listo. Si todavía eres uno de la ciudad.
EDEL MORALES
miércoles, 3 de octubre de 2007
Uno de la ciudad
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