jueves, 29 de noviembre de 2007

Lejos de la corriente, de Edel Morales.

Fernando Sánchez Zinny

En verdad, no sé quien es Edel Morales, pero basta con expresar algo tan sencillo para sentir que se está hablando con la liviandad propia de una conversación del momento. En efecto, no sé quién es, no lo sé biográficamente y tampoco lo he tratado. Pero ocurre que desde un punto de vista más reflexivo y más humano sé bien lo que es: es un poeta genuino y trascendente. Saber esto ya es saber bastante y entraña la certeza de conocer a quién está atrás o a lado de ese poeta, pudiendo ser acaso gratificante en cuanto a tratar a una persona con seguridad interesante, no añadirá gran cosa acerca de lo que realmente importa y que en este libro se personifica cabalmente, como es la decidida asunción, por parte de alguien, de una clara y fuerte voz poética.
Por las fechas y títulos que figuran, se deduce que la presente obra de este poeta cubano nacido en 1961 reúne 25 años de labor, trayecto que denotan modulaciones diversas: lo existencial, lo vivencial, lo literario, los viajes del cuerpo y del sentimiento, y aun la ingeniosidad, se suman en un conjunto rico y multánime. con visos de compilación pero dentro de una ejemplar unidad de sentido y de aspiración. De las referencias imprecisas extraigo que vive o ha vivido entre nosotros. En tanto, las precisas circunstancias de los poemas revelan, con meridiana claridad, la determinación de alguien que sabe y quiere balancear de modo estricto su obra entre la prudencia expresiva y la intensidad conceptual. El de Morales es un manejo que de procura ser literario y que presta enorme atención al desarrollo de los períodos, a la conclusión de los temas, al delicado crescendo en que suelen finalizar estrofas y poemas; en fin, a una especie de contención clásica por lo común ajena a la facilidad emotiva. Hay destinos y el de este poeta parece ser, abiertamente, un destino en las letras, aceptado con devoción y exacto entendimiento de los limites, que a veces se manifiesta sentencioso: “Cuando termine el silencio habrá nuevas voces”. Y otras, elusivo “Todo se oculta frente a la claridad de este instante. / Y aun asi, vuelves a estar de espaldas a la puerta”. Pero de pronto la voz queda como transida y el literato toca los extremos del hombre. Entonces dice: “Que la tristeza no me impulse hacia el mar. / Costas de La Habana, abiertas / en los días de invierno de mil novecientos noventa, / que la tristeza no me obligue a ser otro...” O cuando lúcidamente justifica el nombre del libro: “…traduzco para un amigo estos versos, / hechos con una rara claridad que los condena / y los aleja de cualquier estética al uso: / Serán barridos hacia otro horizonte, lejos de la corriente...” Realmente, un poeta mayor y una obra de profundo significado.

LA HUELLA EN LA ESPESURA (Para leer Lejos de la corriente, de Edel Morales)

Basilia Papastamatíu

Recién publicado por Ediciones UNIÓN, Lejos de la corriente reúne casi totalmente la poesía de Edel Morales, por lo que su lectura permite apreciar el rigor de su escritura. Porque no se desperdicia ni escribe con ligereza. Y aunque en buena parte de sus versos alude a temas cotidianos o de la intimidad, a vivencias efímeras o a una simple percepción del paisaje circundante, y con un lenguaje cercano, comunicativo, su poesía no se limita a impresiones de superficie. Quiere calar hondo, desentrañar e interpretar lo que está más allá de lo visible. Siempre una intención conceptual acompaña al efecto estético, nada es gratuito ni frívolo, todo aspira a significar.

A partir, entonces, de su propia historia, de su ámbito geográfico y familiar, desde su natal Cabaiguán hasta La Habana, en una aparente crónica poética, más que trazar un itinerario de su todavía joven existencia -ni siquiera de su experiencia sentimental -invita al lector a seguirlo en sus percepciones, en su indagación y búsqueda del sentido de todo lo que de alguna manera lo ha atraído, intrigado o estremecido. Su poesía va en pos del conocimiento, de la comprensión de la realidad que se le presenta o impone, de la verdadera naturaleza y lógica de los sucesos y las cosas, de pulsiones, móviles y esencias. Porque cree en el poder de intuición y de revelación de la poesía: ...miro a la gente que va y viene despacio junto al mar. / Y me pregunto con el muro a la espalda: ¿tan sólo será la vida / un tiempo posible?’

Por eso Morales no prefiere los interiores, las penumbras, los marcos cerrados, sino las claridades, la luminosidades, los espacios abiertos, libres, que le ayudarán a descubrir, como los esplendentes mares, la densa claridad de los trópicos, los cielos, los ríos, los puentes y los parques y calles de la ciudad, y muy en especial, las ventanas: …¿quién hizo más por el país? / Escucho esa pregunta desde mi ventana de pasajero / y siento lo efímero de las verdades eternas... También: …Una ventana / es siempre una pregunta /--abierta hacia la luz sin sombras / que engendra el mediodía.

El poeta busca todo signo o señal en su entorno que lo pueda conducir a la verdad, a la posible luz al fondo del túnel de la existencia: ... nunca encontraste una premonición. / Nunca una franja de aire o un alma de pájaro trasmutada / en el mar violeta que sobrescribía tus preguntas.

No por causalidad uno de sus libros se titula Escrituras visibles: …Todo lo que puedes hacer es un lenguaje / iluminado por esencias / y por la belleza que ves en el conocimiento de las cosas. El autor intenta hacer visible todo lo que significa: ... Voy por los museos / tras la huella de un pasado / que da sentido a esta hora, / busco en mi vida / el destello inconfundible / que anuncie el momento del cambio,/ la cegadora luz de entonces…

En sus textos hasta los cuerpos aparecen, se exponen preferentemente en su desnudez, o sea en su transparente verdad, sin velos que los oculten o disimulen: ... La felicidad adormece mi voz y luego se aleja, /mientras abro completamente desnudo la ventana / y miro. Y también: …En el otro extremo del mundo ella permanecía desnuda.

Pero en su caso no se trata sólo de ver y de saber sino también de juzgar, de abordar el ya clásico tema de lo bueno y lo malo, hurgando en el comportamiento humano, en su razón moral, las posibles contradicciones o incoherencias entre el ser y el deber ser, para evitar que no nos agobie con su fatalismo eso que se ha denominado tan certeramente el sentimiento trágico de la vida. Y podamos entonces encontrarle a ésta una justificación detrás de su dramática apariencia: …Edades / para alcanzar al fin la gran inocencia / --en la vida y en la muerte / hicimos / lo que se esperaba / de nosotros: ... O cuando más adelante dice él mismo de sus versos: ... perdura en ellos la magia antigua del cazador, su fiebre por encontrar la huella en la espesura / su destino entre el bien y el mal. / Los acontecimientos se revelan demasiado visibles, / demasiado vergonzantes para una escritura / sumergida en el smog y en la frialdad / de la época contemporánea.

Y en ese buscar la luz de la conciencia, o ese sol del mundo moral -como diría Vitier-, su poesía también se debate entre dar claridad, transparente legibilidad a las palabras, o caer en la tentación de las atmósferas alusivas, del lenguaje simbólico tan propio de la poesía y del lenguaje hermenéutico. Pero Morales sale airoso en su difícil intento de conjugar las dos tendencias, atemperándolas y reconciliándolas en sus versos, y logrando dotar a éstos, a la vez, de elocuencia y misterio.

LEJOS DE LA CORRIENTE/ TODO VUELVE A SER EN SU PALABRA

Rigoberto Rodríguez Entenza


En número y peso ha crecido el panorama editorial cubano. Libros y feria, entre tanto, han aportado cuentas que tributan –menudencias aparte- al panorama literario de la isla, a su diversidad. De poesía hablando, la aparición de nuevos textos ha reconfigurado su –nuestro- mapa espiritual. Voces recién llegadas o ya conocidas nos anuncian el caudal de las noches y los días. Una de ellas es la de Edel Morales -Cabaiguán 1961- quien con su libro Lejos de la corriente, Ediciones Unión 2004, confirma el hondo aliento de la poesía nacida En las pequeñas ciudades del centro de Cuba. Con dicha muestra, Morales se atreve a decirnos el origen de sus conjeturas, a revelar en un solo texto su itinerario afectivo y estético. Desde la pequeña ciudad, las calles, habitualmente bulliciosas y dulces, atravesando los encuentros con amigos, ciudades, mares, con la certeza del tiempo, de la nada que seremos luego de mil o cincuenta años, el poeta nos revela su historia en el universo; con una sutil coherencia dialéctica, sus temas se deslizan por el hombre y el complejísimo macrocosmos que habita.
Es cierto que convivimos con múltiples visiones poéticas, las que van desde el más fervoroso, auténtico, registro tradicional, (Tu voz está sobre mi cuerpo –le hace bien a mi cuerpo/ la claridad de tu voz/ en la penumbra de estos años) hasta posiciones vanguardistas, dígase contemporáneas. (En ese caos preciso un instante –La Habana, año noventa/ y sucesivos –y traduzco para un amigo estos versos:/ hechos con una rara claridad que los condena/ y los aleja de cualquier estética al uso./ Serán barridos hacia otro horizonte, lejos de la corriente.) Pero también es visible la intención de individualizar, desde los preceptos de lo uno y lo diverso; la preceptiva de Morales se acentúa en el ser de hoy. El poeta, este que creo cercano, ha puesto su anécdota en el intento; su voz viene desde los primeros viajes, desde la certeza de Los estudiantes [que] se han marchado a descubrir el mundo/ y una paz, una extraña y larga ausencia,/ llega hasta las paredes y penetra al interior de los edificios. Luego llegamos con él a –ciudades que invitan a vivir otra vida/ en calles trazadas para el ejercicio del goce y el amor. En estos poemas, cerca del ojo del huracán, de la verdad central de las palabras, el ser vive aferrado a sus pasos, a su destino, entre el bien y el mal. Así acepta que El universo expande la finitud de sus cuerdas. Su voz es su puerta misma, la que se abre y se cierra eternamente, como el péndulo.
Aquí hablamos de un verso que se azota a sí mismo; de un lado se alarga, se busca en un paisaje interior sombrío y del otro se calma, incide, recompone, juega ajedrez sobre un mundo que puede ser cambiado, un mundo aparente, consumado, consumido, en la realidad que crea y recrea. Edel es un explorador de sí mismo; su poesía va paso a paso y en ese ascenso medita y resume; todo vuelve a ser en su palabra, todo adquiere un destino inédito. Pareciera que cada instante se revela por primera vez. El pasado se convierte en el futuro de su poema. Estamos, no allí, sino en ese otro espacio, en ese momento en que nuestro espíritu saltará de sí, explotará y sus pedazos más leves entrarán nuevamente a ese laberinto que es visitado por el místico. Se trata, valga apuntarlo, de poemas que aún siendo independientes conservan -lo he escrito antes- una unidad evolutiva; su cosmovisión y sus cavilaciones en cuanto a la poesía se ven aquí como en un libro de historia, la historia misma que él concibe. La aparición de una arquitectura lingüística renovada, de signos que se incorporan para nuevos matices, la cambiante manera de su sintaxis, son pautas que nos ubican ante una obra que crece sobre sí y lo que es más importante, entre la tradición literaria cubana, como el paso del mulo en el abismo. Edel Morales, forma parte de un grupo que tomó fuerzas en la segunda mitad de los ochenta y que hoy ya da señales ineludibles. Llena es de gracia la nación que pueda distinguirse con autores como los que en Cuba hablan hoy. Llena es de gracia, por estos versos -escritos para precisar un instante-.

DE LA MEMORIA AL ORDENADOR (Leyendo los poemas de Lejos de la corriente, de Edel Morales)

Amado del Pino


Lo he dicho otras veces: la poesía, el verso, el poder fascinante de la palabra me llegaron primero por los oídos y la memoria. Ya en la treintena me sorprendió ver un tomo con las décimas de “Camilo y Estrella”. Esas estrofas de Chanito Isidrón pertenecían, desde mi experiencia, al mundo de lo plenamente oral. Mi tía Miriam cuenta cómo mi padre le mal cantó la novela rimada en un largo viaje a caballo.

Los poetas de Tamarindo no han sido muy musicales, aunque adoran a los mejores repentistas. Recuerdo las libretas de décimas, celosamente guardadas y hasta asistir a la lectura colectiva de alguna carta rimada que intercambiaban con sus colegas de Yaguajay o Mayajigua, pueblos con nombres de resonancia indígena y abundante cosecha de versos. Por esa zona de la antigua provincia de Las Villas, centro del país, tierra de parrandas y cantares, nació Edel Morales, uno de nuestros mejores poetas actuales que me acaba de hacer un precioso regalo, provocando un cambio radical en el soporte del verso. Ya sé que leer en la pantalla del ordenador puede perjudicar la vista y acarrear otros desmanes, pero desde el cuartico (no igualito sino cada vez más atestado de libros) que comparto con Tania en casa de sus padres, no resulta fácil leer en papel y la mejor silla; el silencio más propicio se ubica frente a la computadora. Entonces los hondos y a la vez leves poemas de Edel se deslizaron ante mis ojos como si nunca hubiesen sido pensados para otro formato. Voto por la permanencia del libro, pero la página impresa lleva su sillón, mejor aún si es un portal sereno. El libro que se guarda en cajas enmohece y es devorado por los insectos, antes de que puedas estibar la carga y entrar al mundo mágico de la lectura.

Morales habla de temas eternos y a la vez concretos. Persigue y se le escapan muchachas; supone, espera, se contiene, grita y añora desde un ritmo dulce, que deja pasar las pasiones sin neurosis ni aspavientos. Y afuera la telenovela, mosquitos que zumban, una vecina que entera al barrio de sus desavenencias conyugales, pero sigo frente a la pantalla de trabajo, protegido por la cara de hombre ocupado. Además no tengo ni que cambiar la página, estos versos trémulos, íntimos, desnudos van bajando mientras pulso y acompaño al poeta. Creo que si vuelvo a escribir poesía lo haré también en el ordenador, aunque parezca frío y demasiado tecnológico. Mi letra es horrible y la máquina de escribir —que tanto amé— se me escapó hacia el universo intangible de la nostalgia. Además, aquí, en las teclas de la computación es fácil escribir, tentación nefasta para los abundosos; pero también resulta simple y cómodo borrar, esa acción tan noble para los que aspiramos a la mejor literatura.

EL FUEGO DE LO ETERNO (Para presentar el libro Lejos de la corriente, de Edel Morales).

Julio Sánchez Chang.


Cuando en los días del año 1895 el noruego Edvard Munch se debatía ante el lienzo que luego tituló Melancolía, no imaginaba que 109 años después esa obra sería escogida para la cubierta del libro de poesía de un escritor cubano. Este detalle es importante a la hora de encontrarse con la obra de Edel Morales (Cabaiguán, 1961) recogida en su libro Lejos de la corriente porque de alguna manera la atmósfera serena de este cuadro, que enmascara, sin llegar a ocultar del todo, los firmes y sutiles movimientos, la certidumbre de las líneas y la imagen del pensador que se integra hasta que él mismo es también paisaje y viceversa, viene a ser una especie de antesala para llegar hasta los versos del poeta donde encuentra profundas resonancias. En el pequeño preámbulo Edel nos dice:
Escribí estos poemas durante veinte años. Las cosas han cambiado mucho en ese tiempo, algunas más allá de todo límite previsible. Esos cambios han dejado su huella en la escritura, también en mi biografía, en las lecturas realizadas y en los escenarios económicos, sociales, tecnológicos o naturales en que interactuamos. Pero mi idea de la poesía y del ser humano que la hace, necesita y merece no ha variado en lo esencial. Y creo que estos textos muestran esa continuidad.
Saberlo así, de primera mano, confiere a la selección una dimensión otra, pues no interviene la mano de un ente ajeno, es el propio autor quien hurga en sus sajaduras y escoge, para presentarse ante el lector con toda la limpieza de alma que exige un acto de tal envergadura.
Perteneciente a la generación de los ochenta, que irrumpió con fuerza en el entramado literario de la Nación, Edel se distingue por ser de los que sin dejar de corresponder al yo colectivo, decidió ser él mismo, y al cabo del tiempo: encontrar estremecimientos y preguntas similares en todo el trayecto, descubrir que las palabras sostienen su sentido, y que su intensidad es mayor cuando han expresado bien el instante de su ya difuso origen. A no dudarlo lo ha logrado.
Saber que Somos únicamente peces regados por la crecida no es la repetición mecánica de un pensamiento vulgar, es la expresión de una madurez alcanzada por la suma de vivencias felices y desgarradoras a las que el hombre se ha enfrentado y le sirve como herramienta para seguir viviendo. Esta madurez acompaña a los textos y se revela más en el siguiente paso hasta llegar a una costosa interrogante: ¿Tan solo será la vida / un tiempo posible? Estos dos son los márgenes de la corriente sobre la que anda con paso seguro Edel Morales, alejado de todo el conformismo que algunos “con alma de ánfora en cuerpo de cántaro” –como diría Mañach- pudieran intuir; vibraciones hay, en estos versos, suficientes para desmentir cualquier otra postura que no sea la de la agitación desde el fondo, la del ascenso Con los dedos subiendo al despeñadero, / hasta desnudar la rojez de la brasa; sin hacer concesiones, sin facilismos, defendiendo una estética que desdeña toda superficie y se va a la hondura logrando, sin torceduras ni amaneramientos ni trampas, equiparar la desnudez con la verdad. Alejado de todo espíritu altisonante, el poeta no teme a la edad de las palabras, suyas son en tanto las usa sin prejuicios discriminantes y muchas recuperan su medular sentido al entretejerse en el cosmos discursivo que nos entrega. Todo lo que puedes hacer es un lenguaje / iluminado por esencias / y por la belleza que ves en el conocimiento de las cosas. Dicho de este modo, percibimos, en el sustrato, una velada confesión de que lo primero, lo verdaderamente real para este poeta es la búsqueda del conocimiento y la comprensión del mundo y de sí mismo. Así, cuando nos enfrentamos a la lectura de este poemario fruto de una esmerada decantación –parte sustancial de la misma búsqueda-, logramos aproximarnos al alma del poeta y nos regocijamos de saber que estamos junto a él ante La crudeza y la claridad / que dan a las cosas comunes / el fuego de lo eterno.



Manzanillo, junio y 2006

Historia tan contada (Lejos de la corriente, Edel Morales)

Yanelys Encinosa Cabrera



Adentrados en sus cuerpos exploran el pasado.
Donde siempre quiso haber un largo de felicidad
hay este minuto de preguntarse la vida,
este temblor en las terrazas,
este hacer algo histórico sobre los golpes de viento
y la cambiante sombra de los muros.

La vida sigue siendo(…)
una levitación palpable en la memoria.

“El quemante ojo de Romeo”
Edel Morales


La poesía invita, invade, habita, como espejo. El autor es graduado de la carrera de Historia de la Universidad de la Habana. Habituado a buscar en los anales del pasado las causas, las formas del presente, complicita a la poesía en esa vocación de vidente, revisor, previsor perpetuo. Se vale de ella para volver sobre la historia, más que la estudiada, la vivida, y a veces ambas en una misma. El poemario Lejos de la corriente es confesión autobiográfica, pero también historia inconclusa, incumplida, soñada, vida por hacer.

Remembrar la infancia me despierta la felicidad que amasaba en el calor de mi abuela, en la música de los dedos de mi padre, en la responsabilidad como alumna de mamá y en abrazar la difícil ternura de ser hermana mayor. La niñez transcurrió sin recuerdos de muertes, las que hubo fueron concientizadas después, tras tardías narraciones de los mayores. Sólo empañaba la blancura de mis noches el temor de los años caídos sobre el pelo de mi abuela.

El golpe de la Parca me asaltó en la juventud, cuando ya descansaba bajo el amparo de una esperanzadora trascendencia. Guardo la muerte de mi abuela como el paso feliz de su eternidad hacia Dios. Las “Vicarias blancas” de Alberto Edel Morales Fuentes tienen el poder de conmocionar esa plataforma.

Este sujeto lírico se debate entre el temor a una eternidad vacía, muerte como fatum último que fulmina cualquier esperanza (su polvo hacia una tierra entre vicarias blancas), con vetas de existencialismo, y el resguardo de una escatología consoladora, la fe en la vida de ultratumba como una existencia en la plenitud de Dios (entre vicarias blancas va su eternidad hacia Dios), próximo al trascendentalismo cristiano.

Las flores de Paulina Gutiérrez no sirvieron de excrescencia para alimentar la tierra del sepulcro, fueron guardadas como materia orgánica que daría cuerpo a la eternidad de un dolor de lobos en la carne de la infancia.

La vicaria, cargada de los atributos sanadores que le ha impreso la medicina popular, y la pureza que implica el adjetivo blanca, no sólo se erige en el texto como símbolo y unidad semántica que cohesiona el discurso poético desde el título mismo, también constituye el nexo entre los polos semánticos en oposición: las vicarias blancas devienen puente entre la vida y la muerte, la tierra y el cielo, la inmanencia y la trascendencia, lo perecedero de la vida humana y lo imperecedero en la eternidad de Dios.

La materia descompuesta de los restos de la abuela, su polvo, desciende a la tierra “entre vicarias blancas” (en la primera estrofa); más tarde (en la cuarta) asciende entre vicarias blancas su eternidad hacia Dios. El quiasmo que produce el sintagma “vicarias blancas” en las dos construcciones entre paréntesis (al final de la primera y al inicio de la segunda) contribuyen a mostrar formalmente esa cualidad de puente entre ‘tierra’ y su contrario ‘cielo’, que puede deducirse por la traslación simbólica de la idea de Dios. En las construcciones entre paréntesis se sintetizan las oposiciones mencionadas: su polvo (lo perecedero-lo inmanente) / su eternidad (lo imperecedero-lo trascendente).

El dolor de la madre experimenta también ese tránsito:

Sé que mi madre sostiene la tierra sin una lágrima.
Sé que mi madre sostiene en la mano el rostro de su padre.
Sé que mi madre sostiene la luz.

Aquí ‘tierra’ y ‘luz’ sintetizan la dualidad entre lo corruptible y lo eterno.

El dolor callado, sin una lágrima de la madre, sin palabras del sujeto lírico, esa resignación estoica ante el fatum y el consuelo de la trascendencia, me enjugan el recuerdo de mi abuela, que ya hubo de anunciar su eternidad.

La idea de la muerte puede aceptarse con resignación cuando se trata de quien ha vivido en longevidad, aún la pérdida de la madre; pero la del hijo es irreparable, incomprensible y en muchos casos inaceptable. “¿Quién ordena en este mundo el lamento de (una) mi madre?”. En este poema no hay cabida a estoicismo alguno, impera el reclamo, el gemido insoslayable como desgarramiento de las vestiduras ante la blasfemia o el dolor.

El sujeto lírico sufre las muertes como un golpe doble, aumentado por el reconocimiento del dolor materno. En “¿Quién ordena en este mundo el lamento de mi madre?” la resignación no alcanza a vestir el sufrimiento ante la muerte incomprensible del hermano. Se suman en el poema la herida del sujeto y el llanto de su madre, en voz de aquel, a quien asota la Parca como hermano y como hijo.

Aquí emerge la desesperación rebelde contra lo inefable: la interrogación impela con un reclamo visceral, como si buscara entre los lectores al culpable de tanta desgracia. No se acude al consuelo divino, pues si la muerte de la abuela fue entendida como un devenir natural de la finitud humana, la muerte del hermano, injusta, antinatural, ha sido fraguada por las ambiciones del hombre, que lucha contra sí mismo, marcado por la egolatría y el genésico deseo fatal de ser como Dios. Ya no es Dios quien ordena este mundo: se extiende una niebla, una noche de guerra; nuevos astros invaden el cielo: titila azul el satélite (de Cubavisión, de Correos Air) a lo lejos. No es el satélite natural que adornara la noche de un Neruda enamorado, la intertextualidad redimensiona el sentido, es la marca del ansia de gloria humana, capaz de rozar la inmensidad del cosmos, pretensión por la que se obran bienes y también grandes crímenes. Nótese el uso del pronombre demostrativo de proximidad ‘este’ que modifica a ‘mundo’. La inmediatez que imprime el pronombre supone un mundo cercano a la humanidad de la que participa el sujeto lírico. El individuo participa y sufre del mundo que su propia especie crea y destruye:

¿Quién
desde una casa ingrávida y ajena
dicta así mi insomnio,
ordena en este mundo el lamento de mi madre?

Viene con dos lágrimas en cada mano plural
y yo Me acuerdo que jugábamos esta hora,
y que mamá
nos acariciaba: “Pero, hijos...”

La cita de Vallejo evoca los tiempos de la infante felicidad en los juegos con el hermano, acunados en la protección materna. En el recuerdo de la otrora complacencia se intuye la dualidad que signa el sufrimiento a lo largo de la pieza: el sujeto experimenta el gozo y el dolor como hermano y como hijo. La solución ante la angustia no es permanecer en la revivificación del pasado (no tardarás) como en el poema “A mi hermano Miguel”, por el jardín y en cada laja del patio ha pasado irredimible el tiempo, no queda más que aceptar el presente y tratar de entender la aplastante realidad:

(...) el mundo es un nicho cerrado, las horas
un juego cruel, el tiempo un lamento humano
- redondo y olvidado y cruel
y otra vez redondo y olvidado y cruel y muchas veces más.

Un simple nicho olvidado después de la explosión.

Esta descripción del mundo vuelve a recordar a César Vallejo. El mundo como nicho retoma el hueco de inmensa sepultura al que va a parar el Universo todo en “Los dados eternos”. Las horas son un juego cruel, como el de echar al azar con los dados la suerte del mundo, dado roído y ya redondo de tanto rodar , como el tiempo, lamento humano –(...) otra vez redondo y olvidado y cruel y muchas veces más. Pero a diferencia del peruano la muerte y el dolor humanos no son el resultado de la Circunstancia que supera el juego cruel entre Dios y el hombre, para el sujeto de “¿Quién ordena en este mundo el lamento de mi madre?” el sufrimiento individual es consecuencia de la acción exclusivamente humana: guerra explosión en Addis Abeba. Es este el zarpazo que le arrancó al hermano, al otro hijo de su madre.

El poema, inserto en el conjunto “Los pies desnudos”, es un argumento a la certeza que emerge de la pieza titular: No tengo nada. Para entrar en tierra santa, de la poesía, de la historia, de la vida, es necesaria la desnudez como oblación y respeto a la verdad. Alguien ha ordenado en este mundo el lamento de su madre; la inocencia, la rabia, la tristeza de niño frente al acero de las armas ; la soledad de la casa ; el largo silencio . Fiel a su manía de partir el niño que fue le azota el costado: se observa ante el espejo, se ahoga, duele mucho el silencio, la leyenda de puertas tapiadas ; es necesario develarse, rememorarse: ante la ausencia de un narrador que contara por él la inocencia de un niño frente al peso de la historia, ha de erigirse como narrador de sí mismo .

“Desde el año de la Noria” anuncia una verdad bisectriz: Yo, y el que ustedes imaginan fiero nos hemos visto antes. El libro es pues, esa anagnórisis, el autorreconocimiento del dolor, la felicidad, su vida observada con lente de médico que examina sus propias vísceras. Como en las márgenes del río, quizás más lejos de la corriente, el poeta se sienta sobre la piedra que su mano quiso y se escrutinia como un otro que irremediablemente vuelve y sigue siendo él mismo, en busca de quien fue, es y le falta por ser, no para esperar su nombre en la encuestas - pues para el poeta estar es lo bastante e indiferente el crédito o aplauso a su entrega -, sino para seguir en camino hacia otro resplandor , acaso el de un rey que gana su trono en la sangre.

LEJOS DE LA CORRIENTE.EDEL MORALES (CUBA). Percepciones sobre su poesía.

Hoy, mientras leo Lejos de la Corriente, Edel Morales (Cabaiguán, 1961) cubano, a quien conocí en forma personal hace sólo unos días, finales de 2005, y para complementar las percepciones que ya se vislumbraban al calor de la lectura, porque llueve y hay truenos a cierta distancia del mundo y uno se estremece quizás por el zumbido de la tormenta; quizás también por la envoltura de cada verso; una sobre otra, para vislumbrar una realidad que subyace debajo de una losa de mármol que vamos percibiendo a través del enlace de las muchas lecturas que tiene este libro, bellísimo por cierto, donde descansa la más honda poesía, cuna de lo triste, y que llegó como vienen las cosas bellas: de los dioses, porque no otra sensación es más acorde para los estremecimientos que nos produce su lectura, envuelta en la fina tristeza de la tarde a oscuras, porque es una tarde noche bajo el estruendo de las gotas sobre el tejado de la casa, y la palabra de Edel, va y viene, la percibo como que si no es lo que aparenta decirnos, sino lo que realmente dice, bajo el follaje y la manta protectora de la imagen, metáfora replegada sobre sí misma; que es como decir y no dice, pero nos dice mucho más de lo que quisiera decir, y uno la descubre y devela, y en todo caso no importa lo que sugiere este decir, sino la belleza del estilo que es el anclaje en el alma del lector y esto lo consigue Edel Morales, en este inolvidable libro: Lejos……………de la corriente, que por cierto no está lejos, sino muy cerca a un paso de las manos y que nos incita a plantearnos las hondas interrogantes que nos ofrece. Me acerco cautelosa a esa corriente que fluye, no por temor, sino por no despertar el ensueño que vive en las simas de sus aguas: una verdad Otra, la real: que no es sino la Verdad en sí misma.
Para OJO DE BUHO, una selección de poemas que fue difícil elegir porque todos merecen ser leídos, pero como Edel es “sencillo, sereno sin poses”, van unas palabras donde él inicia una presentación de Lejos de la Corriente: “A mi me complace, amigo lector, encontrar estremecimientos y preguntas similares en todo el trayecto, descubrir que las palabras sostienen su sentido y que su intensidad es mayor cuando han expresado bien el instante de su ya difuso origen. Quisiera, por supuesto, que esa esencia permanezca. Que no se erosione el sentimiento. Que sea otra vez febrero cuando vuelvo a este poema: tienes la cólera/ el enigma/ la sabiduría/ el halo de luz/ la altiva belleza/ y el deseo irrefrenable/ que extravía la razón/ Así debieron ser las diosas/ que cantaban los antiguos. Y que en el pórtico de un libro de poemas sea posible siempre una dedicatoria sencilla, como esta: Para Vivian, por amor”

Poemas del libro: LEJOS DE LA CORRIENTE

(Selección: Teresa Coraspe)

UNA MANO EN EL TRASPIÉ

He pensado en la muerte;
de un modo más preciso, en
morir _ un verbo minucioso,
apegado siempre
a lo real de la experiencia.
Cuando regresaba tarde a casa,
por las calles vacías,
he pensado mi muerte.
Fue ayer, digamos
ya casi un hoy sin sombras;
pero aún ahora
estrujo contra el rostro una mano crispada.
De nada valen los actos
durante tanto tiempo más o menos dedicados a servir
De nada valió amar con toda el alma.
Sin una mano en el traspié, sin una mirada
o una sencilla palabra de ánimo:
destruído, estoy y solo,
con mi verdad a cuestas.
Y nada pueden hacer las multitudes
a las que tantas veces puse en marcha.
Y nada puede la mujer que quise entera.
Vacía está la vida en la pobre ciudad vacía.
Con la mano crispada en el rostro he pensado en morir,
apenas ayer, hace un rato simplemente, digamos
ahora.

DENTRO DE MIL O CINCUENTA AÑOS

Es por la felicidad que escribo estas cosas.
Los discos, el ocaso, las monedas, la espera interminable
bajo la sombra apacible de los árboles.
La silueta, ligeramente inclinada y sola,
de una muchacha hermosa que todas las tardes a las seis,
tiende su ropa del día en los balcones blancos.
El silencio de las balsas que salen al mar
y los pasajeros sin voz, cada vez más lejos de la costa
que habitaron, agitando sus manos en el agua.
Es por la felicidad de unas noches aún lejanas.
Como esos pescadores que en el interior de sus botes
recogen el naylon y lo lanzan y ven pasar las lunas
sin agotarse nunca —con la misma estudiada paciencia—
miro pasar la historia bajo la sombra apacible de los árboles
y escribo estas levedades.
La profundidad del azul en el ojo del pez
me ofrece los mejores motivos.
No la fuerza con que el viento arrastra
cuando penetra en las ciudades del Golfo.
No el movimiento de las batallas que enrojecen el cielo,
haciendo más visible el sentido trascendente de las palabras.
Escribo estas levedades para noches aún lejanas.
Para la felicidad de sorprenderme un instante
—dentro de mil o cincuenta años—
mirando una silueta inclinada en los balcones blancos,
mientras el ocaso, las monedas, los discos
giran su espera interminable en el aire del mar.
Distinto a las balsas que parten
y a esos pasajeros que en el silencio agitan sus manos,
intentando vanamente retener una costa
que ya para siempre se aleja.

GASTADAS IMÁGENES DE ANTAÑO

Que la tristeza no me impulse hacia el mar.
Costas de La Habana, abiertas
en los días de invierno de mil novecientos noventa,
que la tristeza no me obligue a ser otro.
Gastadas imágenes de antaño:
la piel de manzana de las niñas en un auto azul
y el ojo irónico de los hijos de Occidente
con su mirada posmoderna en la memoria de las islas.
Costas de La Habana, dispuestas para el viaje
en las noches más frías de enero,
que la tristeza no me lleve a morir en las playas.
Que la tristeza no me impulse hacia el mar.

La construcción de la subjetividad en Lejos de la Corriente.

Xiomara Núñez García

Llama la atención en el libro Lejos de la Corriente (2004) de Edel Morales la construcción del yo lírico, sobre todo, si focalizamos la mirada en la constitución tensionada del yo como ente ficcional y como poeta
El primer poema del libro nos caracteriza al yo como la voz del poeta que se desdobla en dos imágenes: /Yo, y el que ustedes imaginan fiero,/ nos hemos visto antes/; la palabra de este yo se nos aparece en consonancia con el propósito poético de indagación sobre un mundo que puede permanecer oculto y se devela a través de la voz del poeta que de sujeto corpóreo que grita con los otros, que puede caer y hacerse piedra, se transforma en una voz cambiante, que oscila entre la representación de sí mismo o de otro que puede ser imaginado por los demás. No estamos frente a un sujeto enunciador, con un centro fijo a partir del cual se configura un discurso de límites precisos, sino una instancia versátil y observadora, que observa al mundo y al mismo tiempo se observa a sí mismo, tomando el tiempo como elemento capaz de cambiar a ese propio “yo”. De esta manera el “yo” asume diferentes espacios discursivos para penetrar profundamente en las marcas que el tiempo va dejando.
La constante en este poema es la presencia de un yo observador que rememora, pero desde la óptica de la reflexión, que le permite a la voz del poeta establecer comparaciones en las que el tiempo ha jugado un papel esencial:

¡Qué terrible el tiempo para trastocarnos tanto!
¡Qué fulgor de espejos para confundirse uno!

(Desde el año de la noria)

Estamos frente a un sujeto conjetural que espera por la historia, en la que juega un papel vital el binarismo espacio tiempo. Topos y cronos constituyen las coordenadas antropológicas esenciales del ser, así como de la universalidad poética (García Berrio: 1994: 621) De esa naturaleza espacial y temporal devienen varias díadas que forman parte de la misma: lo uno y lo diverso; el dentro y el afuera, el yo y lo otro; el sujeto y el objeto. El poema de Edel se mueve en esas díadas: una parte alude a esa visión del yo de los otros en un tiempo diferente; otro binarismo está representado por / yo y el que ustedes se imaginan./
Estamos frente a un yo presumible que situado en dos épocas analiza las diferencias que el tiempo ha establecido porque:


Alguna luz murió sin ser por el cansancio
Algún ciruelo perdió raíces desde entonces
Pero no hay días más tercos que los años
de la adolescencia firme

(Desde el año de la noria)

La conciencia retrospectiva capta y verbaliza escenarios situándose frente a ellos. La voz poética se actualiza en ciertos espacios discursivos y retrotrae a la adolescencia con sus bríos, y la ubica en un allá externo /Era el año de la noria/ se produce el desdoblamiento del propio yo.

Yo y el que ustedes imaginan
estamos mirando hacia un cielo distinto
y así jamás la estrella brillará para los dos
Así jamás el grito será igual en los parques públicos

(Desde el año de la noria)

Los dos “yo” se fusionan, pero en esa misma simbiosis ha ocurrido una transformación. Ambos son extraídos de un ambiente originario que no se sostiene /ni en la misma estrella ni en los mismos gritos./ El tránsito ha operado sin dramatismo, de forma natural. No hay rechazo aunque cierta lamentación por lo perdido.
La impronta de la postura inicial del artista continúa, la palabra del yo, alerta sobre las diferencias que el tiempo ha trazado, profiere cambios, que no solo tienen que ver con las cosas sino también con los hombres. A lo largo del poema proliferan términos que subrayan la imperiosa necesidad del “yo” de imponerse con características contrastantes en dos épocas diferentes. Por ello la intención trazada por el sujeto lírico al inicio del poema nos recuerda la tradicional aparición y constitución del sujeto lírico como poeta:

Yo y el que ustedes imaginan fiero
Nos hemos visto antes

(Desde el año de la noria)

Estamos frente a un creador que pertenece a la generación de los ochenta y que ahora (2004) publica este libro, que como el mismo explica recoge el quehacer de veinte años y cuyo título, (Lejos de la Corriente) como manifiesta Virgilio López Lemus, no es totalmente inocente (López Lemus: 2004: 10) Por eso detenerse en el primer poema, es necesario por la caracterización que el yo hace de si mismo que no contradice el credo estético del poeta, sino que descubre su talento y su genio creador.
El primer poema del libro está muy en consonancia con la nota que aparece en cubierta, en la que advierte el cambio que produce el tiempo en los hombres y hasta en el propio proceso creador:

Escribí estos poemas durante veinte años. Las cosa han cambiado mucho en ese tiempo, algunas más allá de todo límite previsible. Esos cambios han dejado, su huella en la escritura, también en mi biografía, en las lecturas realizadas y en los escenarios económicos, sociales, tecnológicos o naturales en que interactuamos. Pero mi idea de la poesía y del ser humano que la hace necesita y merece no ha variado en lo esencial. Y creo que estos textos muestran esa continuidad.

A lo largo de todo el libro este yo aparece caracterizado como una voz. Esa voz que tiene verdadera significación poética en la encrucijada de dos tiempos. Ciertamente, en diferentes poemas proliferan términos en torno a la palabra poética. La necesidad de buscar una voz o una palabra para expresar lo que siente el poeta prolifera en el libro. Diferentes poemas en la búsqueda de la comunicación lingüística así lo plantean:

¡Oh, voz, no calles,
antes de cruzar los miedos

(Desde el año de la noria)

El objeto estético literario cimentado en la ficcionalidad funda una propia situación de interacción comunicativa cuyo punto de asidero es el lenguaje en acción:

Escojo palabras en la claridad del día.
Sé que es inútil —el resplandor, los claroscuros

(Tercera Mirada a la sicología del Poema)

De este modo, el yo proyecta un mundo imaginario, que acoge a un sujeto lingüístico que invita a contemplar ese mundo del cual el forma parte:

Salí a la calle, tuve un sitio, elegí mi voz.
Sé que es inútil —la rabia, la tristeza…

(Tercera Mirada a la sicología del Poema)

Y en el entrecruce de la voz y la mirada, esta invita al recogimiento, pero la voz que verbaliza el resultado de tal recogimiento invita a penetrar en la morada donde habita la esencia del ser, la voz ha de ser profunda, indeterminada y ambigua y a la vez poblada de decidores que propone un mundo poblado por sujetos lingüísticamente constituidos:

Escoge una pregunta
cercana a la claridad de las voces más jóvenes

(1983 no era un año triste)

Y a la vez la dimensión comunicativa y enunciativa reclama la magia de la poesía:

..una voz que magie mi nombre y mis ojos de tigre.
Por ella atravesé el país y vine a esta playa.
Luego regreso por un camino de piedras
a mi habitación de hombre de paso en la leyenda.
(Fábula del hombre y la ciudad)

Y la alusión a la actividad poética asociada a la figura del creador es consonante con la libertad mental y emocional del bardo que deja fluir su fantasía creadora a fin de descubrir ese otro lado de la realidad, la poesía viene a ser vaticinio de “algo”: un agente trasmisor de las vicisitudes del proceso creador

Sólo ardiendo lograrás
un verso que me rinda,
dice tu voz perdida en la hojarasca

Y nadie sabes si al fin te alcanzaremos, cegadora
En la densa claridad de los trópicos
Lo único cierto es que te seguimos.
Con fiebre.

(Solo Ardiendo)

Cada poema alude a un vocabulario marcado por una intención poética: Voz, palabra, verso, refuerzan la constitución de un sujeto lírico como poeta. El acto enunciativo sugiere un viaje hacia el interior lírico del “yo” poemático que a través de esbozos ofrece diferentes mundos, sugeridos, que no se aprecian en detalle, pero se afirman en la expresión de un estado profundo o de una vivencia.
La palabra, la voz del poeta se nos muestran como necesidades del bardo que anuncia intenciones, por eso, merece ser acogida con reverencia, con determinada disposición interior por parte del receptor que identificado con el poeta aprecia la magia de la poesía y la fuerza del verso.
En la poesía de Edel Morales la atisbadura de lo habitual tiene conexión con lo imaginario, de manera que descubre angustias existenciales, desconciertos ante los cambios que el tiempo nos trae. El sujeto constituido como creador se hace ahora preguntas que no se hacía antes, se contempla en el espejo y recuerda al niño que fue en otro momento, y en nuevo contexto, diferentes imágenes cruzan para conformar al adolescente que ama, baila, grita, y se sumerge en el mar. Recuerda nombres de amigos y amigas, escucha en lontananza la música que bailaban, hechos vividos que permanecen en el recuerdo, porque/… siguen dentro refulgiendo sus destellos/
Una y otra vez la poesía de Edel Morales insiste en recordar otro tiempo y otra época, hay un yo lírico empeñado en distinguir con justicia la identidad de los seres que componen el mundo. Esta unidad e identificación del cosmos, es siempre pensada en solidaridad con el todo:

Guarda esas fotos en el forro de tu abrigo,
y guarda esa cara de circunstancia:
1983 no era un año triste,
lo sabes tú y lo saben las paredes del Club.
Deja que el tiempo arrastre esas nubes.
Deja tu rabia vagar en esta carne blanca y suelta,
la carne que el cielo te dio.
No trates de explicar el color de las luces

(1983 no era un año triste)

Es notable la estabilidad del sujeto lírico que dialoga con tú, la palabra reemplaza la vida, en tanto formula la posición existencial del sujeto historiado en la palabra que lo expresa y en vez de ocultarlo lo plenifica más, pues el proceso creativo como opción libre establece un diálogo consciente o inconsciente con otras voces, descubre relaciones insospechadas, destaca situaciones conflictivas o revela situaciones desconocidas de la realidad más allá de la conciencia primera de quien escribe. En ese sentido el ser biográfico se fusiona con la del sujeto lírico, retomándose la polémica sobre el carácter ficcional o real del sujeto lírico.
K. Hamburger ha estructurado una teoría montada sobre la lógica de los enunciados del lenguaje para demostrar que el “Yo lírico” a diferencia de la narración en primera persona o tercera persona no es fingido (como en el caso de la primera, ni es una ausencia como en el caso de la segunda) sino que tiene el mismo status lógico de la enunciación o la historiografía o en la filosofía. Esto es, la palabra autoral es una y la misma palabra del poeta (citado por Walter Mignolo: 1982: 132.)
La voz del ser biográfico y la del que dice “yo en el poema se funden para dibujar lo familiar y lo inexplorado, lo vivido y lo soñado. Aunque no podemos olvidar el carácter ficcional de la literatura. El concepto de ficcionalidad se encuentra en estrecha vinculación con el aspecto referencial, pero el emisor del producto ficcional modela el referente al incorporarlo a una nueva esfera. Ciertamente el sujeto lírico se nos da como secuencia de manifestaciones que permiten ser observadas en el enunciado (Janusz Slawinski: 1989: 14) En la poesía de Edel Morales el “yo “ hablante mantiene la personalidad del creador y no se transfigura en otros porque conserva una identidad que le permite decir que en el año 1980 /He visto caer las noches de la isla encima de su cuerpo/ o que /abro completamente desnudo la ventana/ o que recuerda /una noche partíamos almendras en la calle G /. Pero a veces este recuerdo se nutre de nostalgias y añoranzas porque /nada recuerda esta noche el momento feliz/ la identidad se encuentra signada por la aspiración de un sujeto lírico que aunque piensa que/murió el tiempo de los cómplices/; también piensa / sobre la angustia de los cielos/perdidos/sobre vicios y bondades y/desesperanzas y melodías. / Sobre colmos y mañanas que/el hombre será más que silencio/Sobre la angustia de su propio miedo/ prevalecerá/.
Una y otra vez la poesía de Edel Morales distingue con justicia las identidades de los seres que componen el mundo. Esta unidad e identificación no exceptúa al “yo” que siempre es pensado en comunión o solidaridad con el todo. No es de extrañar entonces que el “yo”, resulte a veces enrarecido a los ojos del lector, no porque sufra una metamorfosis, sino porque plantea situaciones inverosímiles/Nadar toda una noche con la mano pegada a los entrantes/Y los párpados cansados, subiendo/la fosforescente caja de los que quisieron bailar/ en este caso qué ha pasado con el “yo”, se ha convertido no solo en el poeta sino en todos los hombres. Los que buscan significación a la existencia en el agua, en la ciudad, en la Casa, los que abren ventana para encontrar verdades. Ese mismo yo que nos cuenta historias dolorosas como aquella de la muchacha envilecida de su poema Noches de 1995, 1996 y 1997.
Si bien algunas veces un sujeto narrativo emerge en algunos textos de Lejos de la Corriente: / sentados junto a una vieja cruz de madera/ cuatro pescadores miran al mar/, estos privilegian la presencia de un yo lírico, quien no solo se manifiesta en los enunciados sino que existe potencialmente como configuración de determinados gestos o actitudes, como la personalidad presente en los textos que motiva todas las huellas inscritas en los mismos. Esta presencia se genera en el cruce de la persona biográfica de Edel Morales y de las acciones creadoras, que como autor decide para refraccionar o transformar sus vivencias en discurso literario. Es este yo lírico quien determina el clima psicológico de los enunciados exhorta al otro evocado o figurado en el interior de estos, selecciona determinados contextos vitales y direcciona distintos procederes expresivos. En los textos del libro que nos ocupa emergen fuerzas edénicas que instaladas en la infancia retrotraen: recuerdos de patios, de flores, pero también brota la nostalgia de la adolescencia, los amores juveniles, las quietudes de las ciudades del interior, el bullicio de las calles, el mar como refugio o inspiración, los encuentros con los amigos, el disfrute de la amada, los bailes, que llegan en imágenes apresadas para siempre en el recuerdo. El yo poético emite señales que van desde un pasado perdido y anhelado hasta imágenes cargadas de tristezas como aquellos /Bordes que hieren el cielo de mi infancia/. En todos los casos la subjetividad se desborda al construir un sujeto que mantiene su autenticidad en todas las circunstancias, que clama por/ que la tristeza no lo obligue a ser otro/.
En su poética tiene especial valor la distribución de significantes en el espacio textual, el manejo fluido del verso libre con sus variaciones sintácticas, gráficas y rítmicas, el registro del discurso cargado de imaginación, verdadero artífice de la fantasía. Se deleita en una sobriedad de estilo sin pretensiones de novedad estridente o de formalismo inmanentista, reivindica el poder de la imaginación y se decide por la creación de atmósferas nostálgicas, comunicadoras de la trascendencia y significación otorgadas a la existencia, motivo que invita al poeta a recrear pasajes de su propia vida en conexión con la de quienes le rodean; así Fernan, Mandy, Tere, Ale son personajes recordados e insertados en eventos inolvidables. El tema de la vida no se desliga en el poemario del tema del tiempo, dado que lo restrictivo por fuerza biológica del período vital impone un sentimiento de fugacidad, pero al mismo tiempo se eterniza en el recuerdo porque la nostalgia tiende a recrear las vivencias pasadas. La vida es apresada en todos sus estadíos, por ello las figuras centrales de sus poemas son sus amigos, la muchacha amada, los que permanecen en su memoria. El yo lírico filtrado a través de diferentes orificios reaparece siempre como un yo renovado que puede visualizar diferentes momentos que ha dejado atrás, reubicar situaciones o valorar el sentido de los cambios ocurridos en la reconstrucción de su itinerario existencial, porque / únicamente somos/ la terca ilusión de nadar fieles en un lejano paraje/y volver con la astucia de los sinceros,/a mi casa, a mi perro, a mi día de soñar./
Son frecuentes en estos poemas, casos, en los que la voz poética desplaza motivos en una sucesión temporal, los reitera, los amplía dentro de un presente sugestivo. El yo lírico intenta ofrecer el ayer al historiarlo desde su condición de hoy, y la dualidad del enunciado le permite la reflexión que envuelve siempre una interrogación que viniendo desde el pasado se proyecta hacia el futuro.

Adentrados en sus cuerpos exploran el pasado.
Donde siempre quiso haber un largo de felicidad
hay este minuto de preguntarse la vida,
este temblor en las terrazas,
este hacer algo histórico sobre los golpes de viento
y la cambiante sombra de los muros.

(El quemante ojo de Romeo)

Son por lo tanto la perplejidad, la añoranza, la reflexión de una forma de subjetividad, lo que se evidencia en los textos de Lejos de la Corriente, si bien es cierto que destellos de un anhelo utópico habitan en esta escritura porque /para el poeta estar es lo bastante/.
El yo lírico mientras reconoce y asume que ha cambiado, rememora y deja constancia de un mundo cambiante en el cual la palabra urge como forma de salida. Es ella la que dibuja las tensiones y contradicciones de un sujeto lírico que rompe y rearma las coordenadas espacios temporales: ciudades del interior, la playa, el mar; la infancia, la adolescencia. Es el poeta que con Los pies desnudos se desplaza, se descubre a sí mismo e incluye el dolor y la muerte, pero sobre todo la resurrección continua que supone saberse un significante en tránsito perpetuo.




Bibliografía:
Bajtin, Mijail.(1982): Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI
Beristain Helena(1989): Análisis e Interpretación del Poema lírico, Universidad Autónoma de México-México, D.F
Cohen, Jean(1982): El lenguaje de la poesía, ED. Gredos, Madrid
García Berrio, Antonio(1994):Teoría de la literatura. La construcción del significado poético. Madrid: Cátedra.
Heidegger, Martin. (1991): El ser y el tiempo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Morales Edel (2004) Lejos de la Corriente. La Poesía. La Habana, Ediciones Unión
Mignolo Walter. D (1982) La figura del poeta en la lïrica de vanguardia en Revista Iberoamericana No. 118, enero _ junio . Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana.
Núñez Ramos Rafael (1992) : La Poesía. Ed Síntesis. Oviedo. Departamento de Filología Española.
Slawinski, Janusz.(1989) “Sobre la categoría del sujeto lírico”, en: Desiderio Navarro (ed. y trad.). Textos y Contextos. La Habana: Arte y Literatura, vol. 2 .
Yurkievich, Saúl.(1996): La movediza modernidad. Madrid: Taurus,

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Edel Morales, poeta cubano, en la presentación de Lejos de la corriente, con Basilia Papastamatiu, Roberto Manzano, Sofía y Jesús David Curbelo

Edel Morales, Lejos de la corriente, Presentación, Sala Villena, UNEAC

Edel Morales, poeta cubano, con Sofía Morales, en la presentación de Lejos de la corriente

Edel Morales, Lejos de la corriente, Ediciones Unión, La Habana, 2004

Edel Morales, Lejos de la corriente, edición de Globo, Tenerife, Islas Canarias, 2002

Edel Morales, poeta cubano, con la escritora Aymara Aymerich, en los años de Lejos de la corriente

Edel Morales, poeta cubano, con la escritora Wendy Guerra, en los años de Lejos de la corriente

Edel Morales, poeta cubano, con las escritoras Marilyn Bobes y Karla Suárez, en los años de Lejos de la corriente

martes, 13 de noviembre de 2007

Vendo os automóveis a passar na direcção do Ocidente

As ruas das pequenas cidades do centro de Cuba,
habitualmente buliçosas e doces,
ficam vazias nos meses de inverno.
Eu vivi essa pesada quietude.
Os estudantes tinham partido à descoberta do mundo
e uma paz, uma estranha e larga ausência,
atravessa as paredes e entra nos edifícios.
Os clubes, as casas de cultura, os campos desportivos
assemelham-se a uma cena, cuidadosamente preparada,
que espera o regresso dos actores para a continuação das filmagens.
Nas pequenas cidades do centro de Cuba
tudo é espera e ausência nos meses de inverno.
Eu vivi essa pesada quietude.
Noites de fevereiro na esquina deserta de Libertad e Paseo
vendo os automóveis a passar na direcção do Ocidente.
Como quem vê uma rapariga de pele muito limpa e cabelos negros
passar, abrindo o desejo, na direcção de outro homem.


Edel Morales


Tradução: José Carlos Barros
http://casa-de-cacela.blogspot.com

martes, 6 de noviembre de 2007

GUASTATE IMMAGINI DI UN TEMPO

Che la tristezza non mi spinga verso il mare.
Coste di L’Avana, aperte
nei giorni d’inverno del millenovecentonovanta,
che la tristezza non mi obblighi a essere altro.
Guastate immagini di un tempo:
la pelle di mela delle ragazzine in un’auto azzurra
e l’occhio ironico dei figli di Occidente
il loro sguardo postmoderno nella memoria delle isole.
Coste di L’Avana, disposte al viaggio
nelle notti più fredde di gennaio,
che la tristezza non mi porti a morire sulla spiaggia.
Che la tristezza non mi spinga verso il mare.


Edel Morales

a cura di Salvatore Ritrovato e Anna Bucarelli
L'ULISSE, n. 9 (www.lietocolle.it/ulisse)

LA LIBERTÀ È INFINITA

Sotto il duro affiche
che dà senso a quest’ore,
contemplo il viso dei ballerini.
Mani distinte si muovono nell’aria.
Si muove una voce,
ragazze appiccicate di sudore
e le chitarre che una stella
avvicina per la sua luce.
Sedotti dall’allucinazione
giriamo liberamente,
senza paura, senz’altra volontà che sopravvivere,
così giriamo,
tutti belli nel crepuscolo della città.
Passa la mia Laura portando il ritmo sulle labbra.
Passa Fernando con un tocco di rock sulle bottiglie.
Passa il mare, azzurro e grigio chiarissimo.
Bianche monete che la libertà denuda.
Contemplo il viso dei ballerini
e l’effimero bagliore delle cose più pure.
Com’è difficile per il mio occhio umano
guardare in faccia questa unica luce.
Però continuano dentro a brillare i suoi scintillii.

Edel Morales


a cura di Salvatore Ritrovato e Anna Bucarelli
L'ULISSE, n. 9 (www.lietocolle.it/ulisse)

CALLE G. 1982

Una notte dividevamo mandorle in Calle G.
Erano passate le dodici, e tu e quella gonna di fiori bianchi
parevano l’eternità.
Io mi fermai un momento a contemplare la luce
e il passaggio di auto per L’Avana il 1982.
Tutto sembrava così sincero.
il vecchio mare benedetto di fronte alla statua di Calixto García.
il tuo viso avanzava nella penombra dei pini.
Il golpe con cui la mia mano cercava nella rossa intimità della mandorla
tutto sembrava tanto sincero.
Come la vita dell’acqua che scorre tra i dadi.
Non doveva venirne niente.
Non ci aspettavamo niente.
Io mi trovai un momento a contemplare la luce
e il passaggio delle auto per L’Avana del 1982.
Tu, e quella gonna di fiori bianchi,
parevano l’eternità.


Edel Morales


a cura di Salvatore Ritrovato e Anna Bucarelli
L'ULISSE, n. 9 (www.lietocolle.it/ulisse)

sábado, 3 de noviembre de 2007

VEDENDO LE AUTO PASSARE VERSO OCCIDENTE

Nelle piccole città del centro di Cuba
le vie, di solito chiassose e dolci,
restano vuote nei mesi d’inverno.
Io l’ho vissuta questa faticosa quiete.
Gli studenti se ne sono andati a scoprire il mondo
e una pace, una strana e lunga assenza,
arriva fino alle pareti e penetra all’interno delle case.
I club, le case della cultura, i campi sportivi,
somigliano a un set, accuratamente preparato,
che aspetta nel ritorno degli attori per continuare le riprese.
Nelle piccole città del centro di Cuba
tutto è assenza e attesa nei mesi d’inverno.
Io l’ho vissuta questa faticosa quiete.
Notti di febbraio all’angolo vuoto di Libertad y Paseo,
dove vedi le auto passare verso Occidente.
Come chi vede una ragazza di pelle bianca candida e capelli neri
passare contenta a un altro uomo.


Edel Morales


a cura di Salvatore Ritrovato e Anna Bucarelli
L'ULISSE, n. 9 (www.lietocolle.it/ulisse)

viernes, 2 de noviembre de 2007

En regardant les autos passer en route vers l'ouest

Dans les petites villes du centre de Cuba
les rues habituellement bruyantes et douces,
deviennent vides aux mois d'hiver.
J'ai vécu cette pesante quiétude.
Les étudiants sont partis à la découverte du monde
et une paix, une étrange et longue absence,
parvient jusqu'aux murs des édifices et pénètre
en leur intérieur.
Les clubs, les maisons de la culture, les terrains de sport,
ressemblent à un set, soigneusement préparé,
qui attend le retour des acteurs pour poursuivre le tournage.
Dans les petites villes du centre de Cuba
tout est absence et attente aux mois d'hiver.
J'ai vécu cette pesante quiétude.
Nuits de février à l'angle vide des rues Libertad et Paseo,
à regarder les autos passer en route vers l'ouest.
Comme celui qui voit une fille à la peau très nette et aux cheveux noirs
aller heureuse vers un autre homme.


EDEL MORALES

Poésie cubaine
Bacchanales n°24
revue de la Maison de la Poésie Rhône-Alpes
Le Temps des Cerises / Écrits des Forges, 2003

martes, 30 de octubre de 2007

UNA REFLEXION ACERCA DEL ECLECTICISMO DE LA POESIA CUBANA. A propósito del libro Lejos de la corriente, de Edel Morales

VIRGILIO LÓPEZ LEMUS


Es un hecho curioso en el desarrollo histórico de la poesía cubana, este que se ha ido produciendo desde la década de 1990 hasta hoy, y que podría caracterizarse por la ausencia de una corriente dominante, incluso por la presencia de varias líneas temático-formales relacionables, pero sin que ninguna prevalezca. Aquel momento de crecimiento cuantitativo y cualitativo de los años ochenta del pasado siglo XX, hicieron descender considerablemente al antaño predominante Coloquialismo; entonces vimos abrirse paso seguro una corriente que podríamos llamar “Neorigenista”, dado la influencia que sobre un grupo notable de poetas tuvieron los principales autores de famoso grupo de la revista Orígenes, sobre todo José Lezama Lima, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Gastón Baquero, quizás en ese orden. Además, se abría paso una corriente de poesía “experimental”, de muchos rasgos formalmente innovadores dentro del ámbito de la palabra poética, que iba desde derivaciones del Surrealismo a cierta adopción discreta de códigos de la “poesía visual”. Asimismo, las formas clásicas con multitudes temáticas se desplazaron con fuerza desde el grupo generacional de poetas nacidos entre 1946 a l950, a otro grupo entre los nacidos en la década de los 60 y primeros años de los 70, en algunos casos de revitalización neorromántica del soneto y la décima.
El “período especial” de la década siguiente trajo consigo cierto grado de dispersión, que se reflejó en el ámbito de la poesía, a mi juicio interrumpiendo el mejor desarrollo de estas corrientes in situ; entonces no hubo condiciones para que ninguna se hiciese predominante, no se puso “definitivo” fin al Coloquialismo, al menos en su característica esencial del tono conversacional, quizás por la necesidad que muchos poetas seguían teniendo de ofrecer testimonio personal o hasta social, de su circunstancia; y la corriente de ruptura, que se había ido separando mucho de la influencia lezamiana, siguió siendo más bien una fuente de experimentación grupal no dominante.
Tal panorama continuó al cambiar el siglo (y el milenio), y ya entrados en su primera década, puede caracterizarse a la evolución actual de la poesía cubana por una carencia de orientación hacia una o varias corrientes de carácter mayoritario, si bien pudiéramos decir que esa “mayoría” expresiva se halla aún en un atenuado tono conversacional, directamente vinculado con la subsiguiente necesidad testimonial que aun presentan los jóvenes poetas y la mayor parte de los poetas residentes o no en el territorio cubano.
Yo creo que esto lo representa bastante bien un poemario de título tan significativamente ¿casual?, como lo es Lejos de la corriente (Ediciones Unión, 2004), de Edel Morales. Por supuesto que este poeta nacido en 1961 en la provincia espirituana, no pretendió con su título ejemplificar la demasiado rápida caracterización de corrientes que ofrecí en los tres párrafos anteriores, pero hay que advertir que los títulos de los libros suelen ir mucho más allá de las intenciones de los propios autores (V. Gr. Vísperas de Vitier o Últimos días de una casa, de la Loynaz...), y que Edel Morales no es de ninguna manera un poeta “ingenuo” o al margen del acontecer lírico de la Nación cubana, todo lo contrario, por sus conocidas funciones de trabajo en el Instituto Cubano del Libro, ha tenido una relación más que directa, francamente participacional, con las líneas de desarrollo multigeneracionales de la poesía cubana coetánea.
Usted solo tiene que tomar en sus manos, aun sin leer, Lejos de la corriente, y hacer una revisión visual de las estructuras poemáticas y del tono y léxico utilizados por el poeta, para advertir que su versolibrismo o semimetría versal, o sus estructuras de las páginas 14 o 101, o hasta la discreta presencia de la propia métrica castellana (página 105), ofrecen un alejamiento de cualquier corriente única, definida, mayoritaria, que es lo que hemos planteado acerca de su ausencia en nuestra poesía. O sea, quizás la corriente que podamos subrayar, observando bien a este libro representativo, sea la del eclecticismo formal y de contenidos, que es lo que vengo a observar realmente como mayoritario entre los poemas de poetas cubanos publicados en los últimos años, incluso más allá de nuestros límites insulares.
En Lejos de la corriente ocurre un encabalgamiento entre tradición y ruptura muy común de nuestro tiempo cubano. Usted no puede decir que Morales, que agrupa en este libro “casi toda la poesía publicada (...) a lo largo de veinte años”, según reza la nota de contracubierta, sea un poeta coloquial, ni neorromántico (pese a la crecida dosis de los sentimientos de sus versos), ni experimental, ni neorigenista, ni siquiera que la influencia de un solo poeta mayor eche su sombra sobre sus páginas. Y, a mi juicio, esto es bastante representativo del cauce lírico cubano de nuestro tiempo, o sea, que en lugar de situarse lejos de la corriente ecléctica de la poesía actual, el libro de Edel Morales se halla en medio de esa avanzada cuantitativa y cualitativa de la poesía cubana, que progresa hacia un horizonte ahora impredecible, pero que ha de dar quizás más pie a un acercamiento a tonos más especulativos y hasta metafísicos o a ciertas formas de rupturas de lenguaje, si algún diagnóstico o pronóstico se quisiera hacer.
Considero que aún dentro de una valoración (muy) positiva de este poemario de Edel Morales, su Lejos de la corriente entraña una visión bastante de conjunto del acontecer lírico cubano. Su voz testimonial, su atenuado tono conversacional, pero evidente en muchos poemas (“Los textos escogidos”...), su acercamiento sutil a las formas clásicas y a veces no tan sutil (la espinela de “El doble dolor”), su afán de exaltar otras estructuras para el poema (“El tiempo blanco”, o las escaleras de las décimas de “La luna eclipsa”...), su “sentimentalidad” (valga el neologismo, para inclinar la balanza del término hacia el neorromanticismo, visible en casi todo el libro), y sobre todo su lirismo desde un sujeto lírico en primera persona del singular, que desea francamente participar en la vida ciudadana, o su sutil tendencia metafísica o de poesía especulativa (“Antes del Big Crunch”), son un conjunto de elementos personales de su poesía, pero asimismo compartidos con una gran cantidad de poetas de varias generaciones literarias, que hoy escriben o transcriben su manera aprehensiva de la poesía expresada por cubanos.
Edel Morales ha hecho, pues, una contribución de interés al tractus lírico nacional. Lejos de la corriente está lejos de las corrientes líricas más frecuentes, porque las suma, y se adentra en una corriente ecléctica, que, como he dicho, quizás sea lo que hace la mayoría actual de los poetas cubanos dentro y fuera de nuestro archipiélago. Marcar un punto, representar una etapa de nuestra poesía, no es de poca valía, no tiene poco relieve, advierte de la presencia de un poeta capaz de la síntesis. El “después” pertenece por entero a ese tiempo inexistente llamado futuro, cuya existencia solo es comprobable por el presente. Después de Lejos de la corriente Edel Morales seguirá siendo muy probablemente un poeta de síntesis; “luego” advendrán una o dos corrientes nuevas o de las actuales, que se harán tal vez mayoritarias, pero los poetas de síntesis seguirán entonces diciendo su palabra, situados lejos de la corriente, es decir: entre la tradición y la ruptura.

DE LA MEMORIA AL ORDENADOR

Amado del Pino


Lo he dicho otras veces: la poesía, el verso, el poder fascinante de la palabra me llegaron primero por los oídos y la memoria. Ya en la treintena me sorprendió ver un tomo con las décimas de “Camilo y Estrella”. Esas estrofas de Chanito Isidrón pertenecían, desde mi experiencia, al mundo de lo plenamente oral. Mi tía Miriam cuenta cómo mi padre le mal cantó la novela rimada en un largo viaje a caballo.

Los poetas de Tamarindo no han sido muy musicales, aunque adoran a los mejores repentistas. Recuerdo las libretas de décimas, celosamente guardadas y hasta asistir a la lectura colectiva de alguna carta rimada que intercambiaban con sus colegas de Yaguajay o Mayajigua, pueblos con nombres de resonancia indígena y abundante cosecha de versos. Por esa zona de la antigua provincia de Las Villas, centro del país, tierra de parrandas y cantares, nació Edel Morales, uno de nuestros mejores poetas actuales que me acaba de hacer un precioso regalo, provocando un cambio radical en el soporte del verso. Ya sé que leer en la pantalla del ordenador puede perjudicar la vista y acarrear otros desmanes, pero desde el cuartico (no igualito sino cada vez más atestado de libros) que comparto con Tania en casa de sus padres, no resulta fácil leer en papel y la mejor silla; el silencio más propicio se ubica frente a la computadora. Entonces los hondos y a la vez leves poemas de Edel se deslizaron ante mis ojos como si nunca hubiesen sido pensados para otro formato. Voto por la permanencia del libro, pero la página impresa lleva su sillón, mejor aún si es un portal sereno. El libro que se guarda en cajas enmohece y es devorado por los insectos, antes de que puedas estibar la carga y entrar al mundo mágico de la lectura.

Morales habla de temas eternos y a la vez concretos. Persigue y se le escapan muchachas; supone, espera, se contiene, grita y añora desde un ritmo dulce, que deja pasar las pasiones sin neurosis ni aspavientos. Y afuera la telenovela, mosquitos que zumban, una vecina que entera al barrio de sus desavenencias conyugales, pero sigo frente a la pantalla de trabajo, protegido por la cara de hombre ocupado. Además no tengo ni que cambiar la página, estos versos trémulos, íntimos, desnudos van bajando mientras pulso y acompaño al poeta. Creo que si vuelvo a escribir poesía lo haré también en el ordenador, aunque parezca frío y demasiado tecnológico. Mi letra es horrible y la máquina de escribir —que tanto amé— se me escapó hacia el universo intangible de la nostalgia. Además, aquí, en las teclas de la computación es fácil escribir, tentación nefasta para los abundosos; pero también resulta simple y cómodo borrar, esa acción tan noble para los que aspiramos a la mejor literatura.

LA HUELLA EN LA ESPESURA

Basilia Papastamatíu

Recién publicado por Ediciones UNIÓN, Lejos de la corriente reúne casi toda la poesía publicada de Edel Morales, por lo que su lectura permite apreciar el rigor de su escritura. Porque no se desperdicia ni escribe con ligereza. Y aunque en buena parte de sus versos alude a temas cotidianos o de la intimidad, a vivencias efímeras o a una simple percepción del paisaje circundante, y con un lenguaje cercano, comunicativo, su poesía no se limita a impresiones de superficie. Quiere calar hondo, desentrañar e interpretar lo que está más allá de lo visible. Siempre una intención conceptual acompaña al efecto estético, nada es gratuito ni frívolo, todo aspira a significar.

A partir, entonces, de su propia historia, de su ámbito geográfico y familiar, desde su natal Cabaiguán hasta La Habana, en una aparente crónica poética, más que trazar un itinerario de su todavía joven existencia -ni siquiera de su experiencia sentimental -invita al lector a seguirlo en sus percepciones, en su indagación y búsqueda del sentido de todo lo que de alguna manera lo ha atraído, intrigado o estremecido. Su poesía va en pos del conocimiento, de la comprensión de la realidad que se le presenta o impone, de la verdadera naturaleza y lógica de los sucesos y las cosas, de pulsiones, móviles y esencias. Porque cree en el poder de intuición y de revelación de la poesía: ...miro a la gente que va y viene despacio junto al mar. / Y me pregunto con el muro a la espalda: ¿tan sólo será la vida / un tiempo posible?’

Por eso Morales no prefiere los interiores, las penumbras, los marcos cerrados, sino las claridades, la luminosidades, los espacios abiertos, libres, que le ayudarán a descubrir, como los esplendentes mares, la densa claridad de los trópicos, los cielos, los ríos, los puentes y los parques y calles de la ciudad, y muy en especial, las ventanas: …¿quién hizo más por el país? / Escucho esa pregunta desde mi ventana de pasajero / y siento lo efímero de las verdades eternas... También: …Una ventana / es siempre una pregunta /--abierta hacia la luz sin sombras / que engendra el mediodía.

El poeta busca todo signo o señal en su entorno que lo pueda conducir a la verdad, a la posible luz al fondo del túnel de la existencia: ... nunca encontraste una premonición. / Nunca una franja de aire o un alma de pájaro trasmutada / en el mar violeta que sobrescribía tus preguntas.

No por causalidad uno de sus libros se titula Escrituras visibles: …Todo lo que puedes hacer es un lenguaje / iluminado por esencias / y por la belleza que ves en el conocimiento de las cosas. El autor intenta hacer visible todo lo que significa: ... Voy por los museos / tras la huella de un pasado / que da sentido a esta hora, / busco en mi vida / el destello inconfundible / que anuncie el momento del cambio,/ la cegadora luz de entonces…

En sus textos hasta los cuerpos aparecen, se exponen preferentemente en su desnudez, o sea en su transparente verdad, sin velos que los oculten o disimulen: ... La felicidad adormece mi voz y luego se aleja, /mientras abro completamente desnudo la ventana / y miro. Y también: …En el otro extremo del mundo ella permanecía desnuda.

Pero en su caso no se trata sólo de ver y de saber sino también de juzgar, de abordar el ya clásico tema de lo bueno y lo malo, hurgando en el comportamiento humano, en su razón moral, las posibles contradicciones o incoherencias entre el ser y el deber ser, para evitar que no nos agobie con su fatalismo eso que se ha denominado tan certeramente el sentimiento trágico de la vida. Y podamos entonces encontrarle a ésta una justificación detrás de su dramática apariencia: …Edades / para alcanzar al fin la gran inocencia / --en la vida y en la muerte / hicimos / lo que se esperaba / de nosotros: ... O cuando más adelante dice él mismo de sus versos: ... perdura en ellos la magia antigua del cazador, su fiebre por encontrar la huella en la espesura / su destino entre el bien y el mal. / Los acontecimientos se revelan demasiado visibles, / demasiado vergonzantes para una escritura / sumergida en el smog y en la frialdad / de la época contemporánea.

Y en ese buscar la luz de la conciencia, o ese sol del mundo moral -como diría Vitier-, su poesía también se debate entre dar claridad, transparente legibilidad a las palabras, o caer en la tentación de las atmósferas alusivas, del lenguaje simbólico tan propio de la poesía y del lenguaje hermenéutico. Pero Morales sale airoso en su difícil intento de conjugar las dos tendencias, atemperándolas y reconciliándolas en sus versos, y logrando dotar a éstos, a la vez, de elocuencia y misterio.

LEJOS DE LA CORRIENTE/ TODO VUELVE A SER EN SU PALABRA

Por Rigoberto Rodríguez Entenza


En número y peso ha crecido el panorama editorial cubano. Libros y feria, entre tanto, han aportado cuentas que tributan –menudencias aparte- al panorama literario de la isla, a su diversidad. De poesía hablando, la aparición de nuevos textos ha reconfigurado su –nuestro- mapa espiritual. Voces recién llegadas o ya conocidas nos anuncian el caudal de las noches y los días. Una de ellas es la de Edel Morales -Cabaiguán 1961- quien con su libro Lejos de la corriente, Ediciones Unión 2004, confirma el hondo aliento de la poesía nacida En las pequeñas ciudades del centro de Cuba. Con dicha muestra, Morales se atreve a decirnos el origen de sus conjeturas, a revelar en un solo texto su itinerario afectivo y estético. Desde la pequeña ciudad, las calles, habitualmente bulliciosas y dulces, atravesando los encuentros con amigos, ciudades, mares, con la certeza del tiempo, de la nada que seremos luego de mil o cincuenta años, el poeta nos revela su historia en el universo; con una sutil coherencia dialéctica, sus temas se deslizan por el hombre y el complejísimo macrocosmos que habita.
Es cierto que convivimos con múltiples visiones poéticas, las que van desde el más fervoroso, auténtico, registro tradicional, (Tu voz está sobre mi cuerpo –le hace bien a mi cuerpo/ la claridad de tu voz/ en la penumbra de estos años) hasta posiciones vanguardistas, dígase contemporáneas. (En ese caos preciso un instante –La Habana, año noventa/ y sucesivos –y traduzco para un amigo estos versos:/ hechos con una rara claridad que los condena/ y los aleja de cualquier estética al uso./ Serán barridos hacia otro horizonte, lejos de la corriente.) Pero también es visible la intención de individualizar, desde los preceptos de lo uno y lo diverso; la preceptiva de Morales se acentúa en el ser de hoy. El poeta, este que creo cercano, ha puesto su anécdota en el intento; su voz viene desde los primeros viajes, desde la certeza de Los estudiantes [que] se han marchado a descubrir el mundo/ y una paz, una extraña y larga ausencia,/ llega hasta las paredes y penetra al interior de los edificios. Luego llegamos con él a –ciudades que invitan a vivir otra vida/ en calles trazadas para el ejercicio del goce y el amor. En estos poemas, cerca del ojo del huracán, de la verdad central de las palabras, el ser vive aferrado a sus pasos, a su destino, entre el bien y el mal. Así acepta que El universo expande la finitud de sus cuerdas. Su voz es su puerta misma, la que se abre y se cierra eternamente, como el péndulo.
Aquí hablamos de un verso que se azota a sí mismo; de un lado se alarga, se busca en un paisaje interior sombrío y del otro se calma, incide, recompone, juega ajedrez sobre un mundo que puede ser cambiado, un mundo aparente, consumado, consumido, en la realidad que crea y recrea. Edel es un explorador de sí mismo; su poesía va paso a paso y en ese ascenso medita y resume; todo vuelve a ser en su palabra, todo adquiere un destino inédito. Pareciera que cada instante se revela por primera vez. El pasado se convierte en el futuro de su poema. Estamos, no allí, sino en ese otro espacio, en ese momento en que nuestro espíritu saltará de sí, explotará y sus pedazos más leves entrarán nuevamente a ese laberinto que es visitado por el místico. Se trata, valga apuntarlo, de poemas que aún siendo independientes conservan -lo he escrito antes- una unidad evolutiva; su cosmovisión y sus cavilaciones en cuanto a la poesía se ven aquí como en un libro de historia, la historia misma que él concibe. La aparición de una arquitectura lingüística renovada, de signos que se incorporan para nuevos matices, la cambiante manera de su sintaxis, son pautas que nos ubican ante una obra que crece sobre sí y lo que es más importante, entre la tradición literaria cubana, como el paso del mulo en el abismo. Edel Morales, forma parte de un grupo que tomó fuerzas en la segunda mitad de los ochenta y que hoy ya da señales ineludibles. Llena es de gracia la nación que pueda distinguirse con autores como los que en Cuba hablan hoy. Llena es de gracia, por estos versos -escritos para precisar un instante-.

viernes, 12 de octubre de 2007

TRIBU, MITO Y PALABRA DE EDEL MORALES

Roberto Manzano



1. Un nuevo libro de Edel Morales

Acaba de ser presentada al público, publicada por Ediciones Unión, una selección de la obra escrita por el poeta, narrador y crítico Edel Morales (Cabaiguán, 1961) durante veinte años de ininterrumpida creación lírica. La edición ha corrido a cargo del poeta, narrador y crítico Jesús David Curbelo, y ha realizado el diseño de cubierta Gipsy Duque-Estrada. En cubierta podrá ver el lector de inmediato el cuadro Melancolía, de Edvard Munch, que data de 1895. No mencionaríamos el detalle anterior si no existiera una relación singular entre la imagen de Munch y los versos del poeta. Son increíblemente semejantes los imaginarios presentes en la extensión y profundidad simbólicas del cuaderno y en el cuadro del célebre noruego. La observación del cuadro nos entrega una visión sencilla, poderosa, expresivamente fuerte de un estado especial de contemplación y vida interior. El hombre sentado, oscuro y pensativo, con la barbilla en el cuenco de la mano, se encuentra circuido de la costa irregular, donde algunos elementos esquemáticos añaden una inquietante sensación de profundidad. Los ademanes expresivos son sobrios, y poseen latencias sorprendentes. Este hombre aún joven, vestido como enlutado, nos evoca otra imagen arquetípica, la del ángel melancólico del aún más notable grabado de Durero. Y estableciendo asociaciones dentro del sistema visual, nos trae también a colación la reciedumbre caviladora de la conocida escultura de Rodin. Pero lo volumétrico en Rodin nos aleja del entorno imaginal de estos versos, escasos de entrantes y salientes agudos, y el ángel meditabundo de Durero no posee en torno la intemperie y la liquidez que con tanta fuerza caracterizan al ensimismado de Munch y a las configuraciones psíquicas más recurrentes del poeta. Qué importante es en la impresión gráfica de la poesía, tal vez mucho más que en otras artes, la organicidad de la mirada y el enriquecimiento mutuo de las partes que entran a componer el producto que será ofrecido a los ávidos consumidores, cuya asimilación, por ser el de la belleza, es de índole simultánea.
El presente libro es compilación de lo escrito durante un período digno de consideración, detalle que incide inevitablemente en algunos de sus rasgos, y la selección ha sido realizada por el propio poeta, lo que añade nuevos niveles de significación. La existencia de tal lapso implicaba determinados riesgos en las elecciones, como es la progresiva y fluctuante línea de discurso estético presente casi de modo natural en semejante duración, pero ha decirse, para congratulación del autor, que esta pendiente ha sido reducida al mínimo, y el lector atraviesa el cuaderno bajo una firme sensación de unidad ideoestilística. De este modo, el volumen puede ser leído como una estación orgánica, y no como una sucesión de desiguales y alejados episodios creadores. Y el poeta se aprecia, por el racimo de textos que ofrece, actuando implacablemente en el escogimiento. Su actitud de discrimen es madura, y sabe separarse adecuadamente de sus propios productos. Un buen poeta es siempre un buen crítico, porque es un entrenado y sensible lector. Y no debe tenerse lástima cuando actúa como lector de sí mismo, ni dejar de disfrutar sus mejores piezas conseguidas como público potencial.
Otras compilaciones de tal naturaleza hemos visto donde sus autores organizan de diversos modos el material, bien comenzando por lo más reciente y añadiendo en sentido inverso hasta colocar hacia el final los primeros poemas en el tiempo, bien distribuyendo en secciones especiales, bien sujetando la distribución al orden de aparición de los libros que se compilan. Los poetas no tenemos otra propiedad sobre la tierra que la forma con que expresamos el mundo, y organizar un libro es un acto de patrimonio personal. Pero al terminar de leer Lejos de la corriente el lector agradece al autor la semántica distributiva que lo gobierna, pues, más allá de las referencias temporales que los propios poemas ofrecen, la aguja que hilvana es lo imponderable psicológico, la secuencia sutil de los varios y aglutinantes estados de espíritu, y esto se encarga de suscitar vivamente la unidad expresiva del hablante, sobre el que ha actuado vigorosamente el tiempo, pero donde aún arden sin reposo los mismos impulsos y sueños de la hora germinal. Con ello, el autor ha añadido a los poemas hechos ya, de larga data, al compaginarlos de modo específico, una nueva energía, procedente de la sinergia propia de toda colección.
Se creería que método de tal naturaleza pudiera no hacer advertibles los vectores de crecimiento de su obra poética, enmarcada en dos décadas de tan singulares transformaciones sociohistóricas y estéticas. Pero en la ordenación se aprecia cómo el poeta ha crecido, y hacia qué direcciones, tanto en las manipulaciones estilísticas de la imagen como en las estimativas de las circunstancias que le ha tocado vivir. Y es percibible en ciertas zonas la sobrevivencia de recursos tan propiamente coloquiales, no ya conversacionales, así como la conservación y perfeccionamiento de módulos expresivos que fueron asimilados, a todas luces, en los momentos de su irrupción creadora. Pero hay, en la descripción de altas temperaturas de las relaciones del hombre con una realidad tan compleja y en ocasiones mutilante, una autenticidad que no tiene fisuras, y que es responsable de los veneros de más elevado humanismo con que nos enriquece y conmueve.

2. Los lobos en el asfalto

En muchas ocasiones se escucha en el tono de este libro cierta grupalidad nostálgica, más allá de la esencial soledad en que se asienta y dinamiza, que tiene que ver mucho, nos parece indudable, con la irrupción de una generación específica a la vida histórica y a la poesía. Se trata, en especial, de la generación de los ochenta, que se presentó con vigor en el escenario de la cultura y que ha elaborado de sí misma una imagen renovadora y mítica, que en los casos más acerbos les ha impedido ver las ganancias acarreadas por la década de los noventa al cultivo transformador de la poesía en el país. Generación que volteó el panfleto coloquialista del encanto hacia el desencanto, entre otras muchas improntas radicales introducidas, en algunos autores ha quedado, para quien sepa penetrar con agudeza en la verdadera evolución de la poesía nacional, como un coloquialismo al revés, al definirse frente a él de modo más profundo en la estimativa que en el lenguaje, problema que ya habían resuelto otros grupos soterrados de los años setenta. Pero el poeta de Lejos de la corriente, aunque miembro activo y representativo de la generación de los ochenta, no se ha caracterizado nunca por una improductiva frontalidad estética, y supo desde el principio asimilar críticamente aquellos instrumentos que tornaran más eficaces sus sustancias expresivas. Esta actitud es visible en los textos aquí reunidos, que no abjuran jamás de sus orígenes, pero que saben tender puentes no sólo hacia los diversos modos de hacer la poesía sino también hacia otros predios genéricos, como la elaboración sintética de algunos enunciados narrativos, al sostener de manera evidente la construcción de muchas piezas sobre el mecanismo de la anécdota, aunque sea meramente esbozada.
La generación poética de los ochenta luchó arduamente, más allá de lo puramente literario, por una resemantización profunda de ciertos imaginarios sociológicos, y en algunos de sus poetas más representativos olvidó el penetrante y sutil tratamiento de las formas interiores, las particularidades genésicas y compositivas de las estructuras profundas del idioma, educados en la lectura de poetas europeos o norteamericanos deficientemente traducidos. Y enarbolaron, en muchas ocasiones, el desmaño como presupuesto estético. Leyendo Lejos de la corriente se aprecia cómo la intuición creadora de Edel Morales, trabajador lento y circunspecto, a quien caracteriza la sobriedad y la hondura textual, le facilitó escapar de muchos de los excesos estéticos de su generación. Equilibrio que, por una parte, permite que hoy puedan leerse textos suyos escritos hace veinte años con absoluta frescura, pero que también por otra parte ha facilitado que los resonadores de la vida literaria lo hayan logrado mantener un tanto lejos de la nómina más bulliciosa de su generación.
De todos modos, esta colección de versos, por su misma duración implicada, y por la actitud que ha mantenido el autor, incorporado siempre en alguna aventura promocional de jóvenes poetas, tiene peculariedades tanto de los ochenta como de los noventa. De los ochenta ya hemos señalado algunos aspectos, a los que pudiéramos agregar el carácter más de fraseo que de verso que poseen las líneas de sus textos, el alejamiento de la composición sujeta a pautas y el laconismo en las asociaciones; y de los noventa la mirada existencial del puro individuo, desasido ya de toda aventura enteramente grupal, que exhiben muchos de sus textos más logrados, e incluso la atención esporádica a formas sujetas a esmero composicional, que no se adscriben directamente a la teoría de la desgarradura, tan propia de los ochenta, sino a un deseo de expresar subsidiariamente, además de con los meros significados, con los significantes más imaginativos, y a veces con las disposiciones de la escritura, o con los juegos del pensamiento anafórico, tan propio de una zona, sobre todo diaspórica, de los noventa. El largo contacto con los creadores más significativos de los noventa, la ausencia de prejuicios respecto a su obra, la tolerancia frente a las formas y actitudes, que por naturaleza, y por encargo institucional, ha tenido que desplegar, lo han facultado para escoger en todas partes, sin eclecticismo alguno, y con economía severa, las herramientas que su propia evolución interna creadora le dicta en aras de ser más fiel a una trinidad alegórica que el propio poeta indica en sus versos: la idea, el origen y la voz. Es por ello que, a pesar de encontrarse en apariencia lejos de la corriente, el poeta se nos revela en este balance de su propia obra como uno de los artífices del caudal.

3. El espejo en la corriente

Todo libro de poesía es un orbe mítico, un holograma del mundo. Una voluntad artística modela ese orbe, esculpe ese holograma en el aire. Fuertes elementos configuradores tejen el universo plástico interior que gobierna la visualidad del conjunto. Muchos de esos elementos proceden directamente de la biografía del poeta, de su avatar inmediato en la historia, de su cadena real de sucesos físicos, y otros nacen, como brotaciones insospechadas, difíciles de explicar o desentrañar sus orígenes, de las interioridades siempre insondables de la persona, cuyo carácter irrepetible como aventura biológica y como participante en el tramado de relaciones que lo circunda y perfila, constituyen su idiosincrasia, su relato mítico del mundo. Un poeta es un especial elaborador de estructuras míticas, de imágenes que adquieren centralidad y aglutinan el desenvolvimiento sensorial del espíritu. Tomar un libro de poesía con entusiasmo, bajo vectores de agregación adhesiva, es acabar captando su orbe mítico, su holograma interior. En algunos cuadernos, según las calidades de configuración del poeta, las estructuras recurrentes se encuentran absolutamente bien delineadas y poseen una alta operatividad imaginal.
En Lejos de la corriente, a pesar del largo tramo creador que abarca, pero precisamente por haber estado sujeto a una atenta elaboración como conjunto, hay estructuras imaginales dignas de interés, que son fuertes nudos temáticos donde se resuelven indisolublemente aspectos importantes de lo consciente y lo inconsciente. Una de esas estructuras básicas es la imagen de la partida, de tanta recurrencia en el cuaderno, que se manifiesta de diversos modos, y que a veces resulta acción positiva y a veces suceso frustrante. Pero el mandato de partir flota en la psicología de abundantes piezas, constituyendo su tema central, o atravesando importantes zonas de su desarrollo temático. El sujeto puede encontrarse en el espacio familiar, donde una atmósfera opresiva lo empuja hacia el camino, o su evocación reiterada puede proporcionarle una elocuente carga melancólica. O estar, como el héroe de Munch, al borde del agua, bajo lacerantes dilemas ante los amigos que parten, o ante su propia vida, que pudiera ser otra, si no fuese una fuerte criatura ante el destino de las olas. Precisamente a través de esta imagen el poeta se asocia a los otros que le son afines, a los que han irrumpido con él en la gran ciudad, y con él han vivido las sutiles aventuras de los jóvenes espíritus. Pero sobre todo se funde a lo más raigal de su visualidad interna, al sitio de donde realmente nunca ha partido: la infancia, que posee un entorno especial, donde determinados espacios viscerales, ciertos patios de lajas, ciertas flores y árboles, ciertas calles pueblerinas, sobreviven en la mente del poeta como un edén, un poco triste en verdad, irremediablemente perdido, pero siempre actuante en la memoria con que teje el presente. Hay allá, en la lejanía queridísima de la infancia, un lleno que posee una virtud mágica: venir desde el pasado a saturar con el deseo de vivir todo actual silencio o probable vacío insondable del destino.
Una nueva estructura imaginal altamente prestigiada en el cuaderno es la imagen del mar, a cuya orilla se concurre, sobre todo en paseos nocturnos, o acaso en algunas horas solares, casi siempre acompañado de la muchacha amante y de los buenos amigos, y donde el poeta advierte que bulle una vida muy atractiva, que se le convierte en símbolo de riqueza y vitalidad. Junto al mar, o en áreas acuáticas, ocurren sucesos y anécdotas que generan con frecuencia poemas de gran atmósfera existencial, en los que el poeta despliega su filosofía de los seres humanos y del destino. La bella muchacha nadadora, los nadadores diversos, los hondos pescadores, el propio poeta que explora las aguas, el espacio que rodea el litoral, la vida pululante de la costa, la lejana vista azul del océano desde alguna alta ventana, son indicios fascinantes que llenan de una sutil espiritualidad los textos. En las márgenes de los ríos pueden nacer excelsos pensamientos, y el poeta realizar balances profundos de su destino como individuo sobre la tierra. O tal vez en lejanas sombras húmedas, ricas en podredumbre, en países de rico invierno. Pero el agua es elemento proteico, que siempre suscita disquisiciones y ambientes de fuerte lirismo, de comunión subjetiva, de persona centralizada en el mundo.
Estructura imaginal de gran riqueza es también la imagen de la noche. En la noche, creadora por naturaleza, surgen los grandes motivos. El amor tiene como territorio permanente la noche que avanza, la medianoche, la madrugada, el alto amanecer. Es la hora de la observación y disfrute de la amada, de la desnudez de los cuerpos, de la habitación de paredes donde se advierten raras imágenes, de la música lejana donde otros despiertos bailan. Los bailadores recurren: bailan los amigos, en fiestas nostálgicas, que han quedado congeladas en el recuerdo para siempre, y que han debido ser escritas, como único modo de saber que en realidad existieron; bailan las muchachas que se amaron, hermosas en el acto de bailar, como reinas absolutas de una noche que ya se desvanece, que corre hacia el vacío. Es la noche del paseo en el parque solitario, deambulando por la gran ciudad, queriéndola lentamente, hasta que deja de ser la ciudad hostil gracias a las vivencias junto a los otros, compañeros profundos de la misma aventura de vivir. El día no se menciona, el ajetreo del afán no aparece: la noche es la legítima compañía para el despliegue inolvidable de lo humano.
Muchas otras imágenes, constituyendo tramas expresivas, urden la imaginación de Lejos de la corriente. Una obra poética es una energía imaginal. El poeta comunica a través de redes plásticas. Entender la riqueza y el sentido de las imágenes es entender precisamente el fondo de oro de una obra. Lejos de la corriente es un orbe rico, seriamente elaborado, donde lo consciente trabaja denodadamente para el mensaje, y donde lo inconsciente vertebra y enriquece de manera insólita sus enormes capacidades sensoriales. Mucha de la poesía cubana actual es verbosa, no hila adecuadamente y con eficacia sus imágenes, ni establece redes de amplitud visual frente al mundo. En este libro Edel Morales se confirma como un verdadero artífice de las imágenes, lo que proporciona una fina jerarquía artística al libro que hoy presentamos, y que los lectores buenos, que son los que se dejan llevar por la imaginación, pues consumen el texto con entusiasmo y adhesión, disfrutarán por su orgánica y abundante riqueza plástica interior.

4. Palabras en las manos

La torrencialidad, tan peculiar de tanto poeta cubano, no es propiedad de la poesía de Edel Morales. Una austeridad sintáctica, cierta circularidad léxica, un sentido composicional sobrio, una duración controlada, una densidad simbólica que rara vez se cierra con estrépito, y un sentido periódico de la frase, que vuelve hacia niveles de carga diferentes, constituyen algunas de las propiedades singulares de su palabra poética. La atmósfera, que puede desplegar dispositivos de pura raigambre surrealista, recupera rápidamente su tramado discursivo, torna clauso el dibujo que fuera desembridado en el inicio, y concluye con variaciones del mismo tema que disparan, sin embargo, la totalidad expresiva hacia regiones trascendentes de sentido. Los versos marchan oracionalmente, y los encabalgamientos escasean. Los cambios de registro emocional son manejados con prudencia, y la fantasía rara vez rebasa las mediatrices del mundo real. Pero es dueño absoluto de las atmósferas, dadas con pocos elementos imaginales, muchos de ellos recurrentes, pertenecientes a un arsenal ya conocido, y cuya eficacia se ha confirmado en otras elaboraciones. Posee la regla de oro, y la aplica con acierto: todo consiste en lograr un óptimun con un mínimum. Su libro es, en este sentido, una lección de arte. Como en todo fenómeno de la vida humana, hay otros poetas, y hay otros modos de concebir la poesía. Pero el que tiene ojo entrenado sabe dónde anida de modo legítimo la musa, más allá de las filosofías estéticas enarboladas. Puede que no sea reconocida, y que algunos de los restantes poetas, por prejuicios o desdenes o crímenes gremiales, le nieguen ciertas entradas o pertenencias. Pero el texto es objetivo, por encima de todas las ideologías interesadas, y los lectores sanos que saben leer sin anteojeras alcanzan con apetito las médulas.
Especial satisfacción sentimos en ofrecer algunos comentarios acerca de este libro, pues amamos la justicia, y agradecemos la oportunidad de resaltar ante los potenciales lectores de hoy los valores de una obra que merece una indudable atención entre las más acabadas de su generación. La vida literaria es campo permanente de conjeturas y conflictos, de manipulaciones mezquinas, de desdenes irracionales, de estereotipos que se revelan como dislates monumentales al paso de las décadas. Es frecuente encontrar en la vida literaria émulos de Cronos, que juzgan, periodizan y jerarquizan como si hubiesen recibido un encargo oculto del gran dios. A estos dómines de la vida literaria decimos hoy: En Lejos de la corriente el lector encontrará textos de suma dignidad artística, y algunos de los más bellos escritos por los poetas que irrumpieron en la década de los ochenta en la corriente interminable de la poesía cubana.

Roberto Manzano

Vedado, diciembre de 2004