miércoles, 3 de octubre de 2007

Niebla de la crisis. Pequeño relato

En los años de la crisis
iniciamos largas conversaciones por teléfono.
Cada noche discaba un número de otro municipio
—que para nosotros era oscuramente
otra distante ciudad, otra aduana infranqueable,
el otro extremo del mundo.
Discaba a medianoche la señal esperada:
dos veces el timbre, y luego volvía a discar.
En el otro extremo del mundo ella permanecía desnuda.
Nada fue comparable entonces —tampoco después—
a la plenitud que su voz trasmitía al decir: Hola.
Escribo sin pretender novedad
—como se escribe al regreso del límite—
las palabras de un contexto que asumí fielmente.
Ella dictó estos diálogos, estas voces habituales:
El cubrecamas de raso está sobre el piso, por la frialdad,
y yo estoy de espaldas sobre el cubrecamas.
Tu voz está sobre mi cuerpo —le hace bien a mi cuerpo
la claridad de tu voz en la penumbra de estos años.
Muchas veces disqué ese número capturado al azar.
Una noche el timbre en la casa distante la trajo hasta mi puerta.
En el otro extremo del mundo ella escuchaba una canción:
sentí el arpegio de la cuerda en la boca del teléfono
y entramos juntos a la sala de conciertos.
Puntualmente a las doce vivimos esos años
las vidas posibles de La Habana:
ahora un cine, después un café, más tarde un paseo junto al mar.
Era nuestra ficción de La Habana
una ciudad más palpable que la ciudad apagada, física,real.
Nunca la vi fuera de aquellos diálogos, nunca lo intentamos.
Cortada la ciudad en pedazos distantes,
sorprendidos también nosotros por la niebla de la crisis,
quisimos salvar el sentido de esas vidas:
la intensidad o el relato o la imagen o el deseo de una voz
capturada por azar en las líneas telefónicas
de una ciudad fantasma.

EDEL MORALES

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