miércoles, 3 de octubre de 2007

En el borde del proscenio

En mi antigua fiereza
y en mi larga humildad,
el otro fue siempre.

Y caminar sobre la hierba, llegar al borde rugoso
de la acera, mirar a la plaza
—como un actor que ensaya su representación
ante el lunetario vacío:
Yo soy otro, y gesticula sus miedos,
era un modo de hacer mi propia vida.

El otro fue siempre, otro.
Y yo mi aspiración, en ocasiones incierta,
de caminar sobre la hierba
hasta el borde rugoso con que una acera se abre al vacío.

Maneras de vivir
contemplando el mundo
enrarecido por la libertad.
Manías que el tiempo
vuelve a mostrar
en una dimensión distinta.

El otro está sentado en el lunetario rojo
—tercera fila, tercera butaca, sección izquierda—
y contempla mi representación
con una sonrisa de ángel triste en sus ojos miopes.

El otro era, fue siempre, quien soñó mis días.
Y espera que yo diga lo que quisimos ser, que recuerde
con un gesto que mi vida es otra, la suya.
Vivida con la aspiración y el miedo de un actor
que camina hasta el borde del proscenio
y escucha en el vacío las más fieras preguntas.


EDEL MORALES

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