jueves, 29 de noviembre de 2007

LEJOS DE LA CORRIENTE.EDEL MORALES (CUBA). Percepciones sobre su poesía.

Hoy, mientras leo Lejos de la Corriente, Edel Morales (Cabaiguán, 1961) cubano, a quien conocí en forma personal hace sólo unos días, finales de 2005, y para complementar las percepciones que ya se vislumbraban al calor de la lectura, porque llueve y hay truenos a cierta distancia del mundo y uno se estremece quizás por el zumbido de la tormenta; quizás también por la envoltura de cada verso; una sobre otra, para vislumbrar una realidad que subyace debajo de una losa de mármol que vamos percibiendo a través del enlace de las muchas lecturas que tiene este libro, bellísimo por cierto, donde descansa la más honda poesía, cuna de lo triste, y que llegó como vienen las cosas bellas: de los dioses, porque no otra sensación es más acorde para los estremecimientos que nos produce su lectura, envuelta en la fina tristeza de la tarde a oscuras, porque es una tarde noche bajo el estruendo de las gotas sobre el tejado de la casa, y la palabra de Edel, va y viene, la percibo como que si no es lo que aparenta decirnos, sino lo que realmente dice, bajo el follaje y la manta protectora de la imagen, metáfora replegada sobre sí misma; que es como decir y no dice, pero nos dice mucho más de lo que quisiera decir, y uno la descubre y devela, y en todo caso no importa lo que sugiere este decir, sino la belleza del estilo que es el anclaje en el alma del lector y esto lo consigue Edel Morales, en este inolvidable libro: Lejos……………de la corriente, que por cierto no está lejos, sino muy cerca a un paso de las manos y que nos incita a plantearnos las hondas interrogantes que nos ofrece. Me acerco cautelosa a esa corriente que fluye, no por temor, sino por no despertar el ensueño que vive en las simas de sus aguas: una verdad Otra, la real: que no es sino la Verdad en sí misma.
Para OJO DE BUHO, una selección de poemas que fue difícil elegir porque todos merecen ser leídos, pero como Edel es “sencillo, sereno sin poses”, van unas palabras donde él inicia una presentación de Lejos de la Corriente: “A mi me complace, amigo lector, encontrar estremecimientos y preguntas similares en todo el trayecto, descubrir que las palabras sostienen su sentido y que su intensidad es mayor cuando han expresado bien el instante de su ya difuso origen. Quisiera, por supuesto, que esa esencia permanezca. Que no se erosione el sentimiento. Que sea otra vez febrero cuando vuelvo a este poema: tienes la cólera/ el enigma/ la sabiduría/ el halo de luz/ la altiva belleza/ y el deseo irrefrenable/ que extravía la razón/ Así debieron ser las diosas/ que cantaban los antiguos. Y que en el pórtico de un libro de poemas sea posible siempre una dedicatoria sencilla, como esta: Para Vivian, por amor”

Poemas del libro: LEJOS DE LA CORRIENTE

(Selección: Teresa Coraspe)

UNA MANO EN EL TRASPIÉ

He pensado en la muerte;
de un modo más preciso, en
morir _ un verbo minucioso,
apegado siempre
a lo real de la experiencia.
Cuando regresaba tarde a casa,
por las calles vacías,
he pensado mi muerte.
Fue ayer, digamos
ya casi un hoy sin sombras;
pero aún ahora
estrujo contra el rostro una mano crispada.
De nada valen los actos
durante tanto tiempo más o menos dedicados a servir
De nada valió amar con toda el alma.
Sin una mano en el traspié, sin una mirada
o una sencilla palabra de ánimo:
destruído, estoy y solo,
con mi verdad a cuestas.
Y nada pueden hacer las multitudes
a las que tantas veces puse en marcha.
Y nada puede la mujer que quise entera.
Vacía está la vida en la pobre ciudad vacía.
Con la mano crispada en el rostro he pensado en morir,
apenas ayer, hace un rato simplemente, digamos
ahora.

DENTRO DE MIL O CINCUENTA AÑOS

Es por la felicidad que escribo estas cosas.
Los discos, el ocaso, las monedas, la espera interminable
bajo la sombra apacible de los árboles.
La silueta, ligeramente inclinada y sola,
de una muchacha hermosa que todas las tardes a las seis,
tiende su ropa del día en los balcones blancos.
El silencio de las balsas que salen al mar
y los pasajeros sin voz, cada vez más lejos de la costa
que habitaron, agitando sus manos en el agua.
Es por la felicidad de unas noches aún lejanas.
Como esos pescadores que en el interior de sus botes
recogen el naylon y lo lanzan y ven pasar las lunas
sin agotarse nunca —con la misma estudiada paciencia—
miro pasar la historia bajo la sombra apacible de los árboles
y escribo estas levedades.
La profundidad del azul en el ojo del pez
me ofrece los mejores motivos.
No la fuerza con que el viento arrastra
cuando penetra en las ciudades del Golfo.
No el movimiento de las batallas que enrojecen el cielo,
haciendo más visible el sentido trascendente de las palabras.
Escribo estas levedades para noches aún lejanas.
Para la felicidad de sorprenderme un instante
—dentro de mil o cincuenta años—
mirando una silueta inclinada en los balcones blancos,
mientras el ocaso, las monedas, los discos
giran su espera interminable en el aire del mar.
Distinto a las balsas que parten
y a esos pasajeros que en el silencio agitan sus manos,
intentando vanamente retener una costa
que ya para siempre se aleja.

GASTADAS IMÁGENES DE ANTAÑO

Que la tristeza no me impulse hacia el mar.
Costas de La Habana, abiertas
en los días de invierno de mil novecientos noventa,
que la tristeza no me obligue a ser otro.
Gastadas imágenes de antaño:
la piel de manzana de las niñas en un auto azul
y el ojo irónico de los hijos de Occidente
con su mirada posmoderna en la memoria de las islas.
Costas de La Habana, dispuestas para el viaje
en las noches más frías de enero,
que la tristeza no me lleve a morir en las playas.
Que la tristeza no me impulse hacia el mar.

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