Fernando Sánchez Zinny
En verdad, no sé quien es Edel Morales, pero basta con expresar algo tan sencillo para sentir que se está hablando con la liviandad propia de una conversación del momento. En efecto, no sé quién es, no lo sé biográficamente y tampoco lo he tratado. Pero ocurre que desde un punto de vista más reflexivo y más humano sé bien lo que es: es un poeta genuino y trascendente. Saber esto ya es saber bastante y entraña la certeza de conocer a quién está atrás o a lado de ese poeta, pudiendo ser acaso gratificante en cuanto a tratar a una persona con seguridad interesante, no añadirá gran cosa acerca de lo que realmente importa y que en este libro se personifica cabalmente, como es la decidida asunción, por parte de alguien, de una clara y fuerte voz poética.
Por las fechas y títulos que figuran, se deduce que la presente obra de este poeta cubano nacido en 1961 reúne 25 años de labor, trayecto que denotan modulaciones diversas: lo existencial, lo vivencial, lo literario, los viajes del cuerpo y del sentimiento, y aun la ingeniosidad, se suman en un conjunto rico y multánime. con visos de compilación pero dentro de una ejemplar unidad de sentido y de aspiración. De las referencias imprecisas extraigo que vive o ha vivido entre nosotros. En tanto, las precisas circunstancias de los poemas revelan, con meridiana claridad, la determinación de alguien que sabe y quiere balancear de modo estricto su obra entre la prudencia expresiva y la intensidad conceptual. El de Morales es un manejo que de procura ser literario y que presta enorme atención al desarrollo de los períodos, a la conclusión de los temas, al delicado crescendo en que suelen finalizar estrofas y poemas; en fin, a una especie de contención clásica por lo común ajena a la facilidad emotiva. Hay destinos y el de este poeta parece ser, abiertamente, un destino en las letras, aceptado con devoción y exacto entendimiento de los limites, que a veces se manifiesta sentencioso: “Cuando termine el silencio habrá nuevas voces”. Y otras, elusivo “Todo se oculta frente a la claridad de este instante. / Y aun asi, vuelves a estar de espaldas a la puerta”. Pero de pronto la voz queda como transida y el literato toca los extremos del hombre. Entonces dice: “Que la tristeza no me impulse hacia el mar. / Costas de La Habana, abiertas / en los días de invierno de mil novecientos noventa, / que la tristeza no me obligue a ser otro...” O cuando lúcidamente justifica el nombre del libro: “…traduzco para un amigo estos versos, / hechos con una rara claridad que los condena / y los aleja de cualquier estética al uso: / Serán barridos hacia otro horizonte, lejos de la corriente...” Realmente, un poeta mayor y una obra de profundo significado.
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jueves, 29 de noviembre de 2007
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